Que una clínica se llame Rotger, que otra se llame Juaneda, que hubiera una que se llamara Femenías y que todas coincidieran con las letras de sus amos y señores, es de un desclase definitivo, es una horterada del quince. Que ninguna de ellas tenga anglicismos, barbarismos o gentilicios resalta que aquí lo que importa es curar a través de la dinastía familiar, que baste que se oiga el nombre Juaneda, por ejemplo, para que mejore notablemente la urticaria del niño. Todavía puedo sentir como pasean los Rotger por sus dominios o como circulan los fantasmas de Femenías taconeando por sus confines sanitarios dejando claro el nombre de su estirpe.
Pero he aquí que en el primero de los casos supieron sustituir a tiempo lo de “palmados” por lo de Son Llátzer, entendiendo de un plumazo que podía confundirse la finalidad con el fin. Parecido fue con Son Dureta 2, que confundió lo que quería la derecha con lo que necesitaba la izquierda y que terminó siendo Son Espases.
Quién no ha olvidado al antiguo gobierno del pacto con Thomás a la cabeza, tan cauteloso él, tan gris, tan hombre de los caramelos con gabardina (que es como se lo imaginan todos sus fantasmas) cuando encargó gastarse una pasta de todos en un plan de comunicación cuando la derecha decidió y proyectó ese centro sanitario al que se opuso. Una iniciativa en la que palmaba todo bicho viviente excepto el que proyectó una campaña publicitaria de descojono y que terminó siendo el hazmerreír del respetable. El mejor hospital de Europa, decía, o algo peor. Menos mal de los profesionales del centro evitaron someterlo a la ruina de los palmados nada más nacer.
Lo del otro centro, el del título, lo del otro Hospital es ya otra cosa. Deben existir todavía las huellas genéticas que en aquella comitiva sanitaria depositamos todos los que acudimos a su inauguración. Fue un día alegre, lleno de apellidos llenos de vida. Deben retorcerse todavía entre sus paredes los palmarios cabezazos de la gente intentando saludar al entonces omnipresidente Jaime Matas, hoy tristemente a punto de palmar en los ambientes judiciales. Ha pasado el tiempo y no hay nada que decir –de momento de los honrosos profesionales, vivos todos en la gran mayoría de los casos, y que con su día a día hacen que la cosa sanitaria resucite mal que bien a pesar de los nombres de los sitios donde trabajan.
Pero no parece lo mismo que se palme en una clínica que que una clínica Palme, y eso nos preocupa.
Pasa. Está pasando. Si Quirón en griego significa, entre otras cosas, “hábil con las manos”, para mí que se le han ido apretando con su nueva jefa de comunicación, Aina Serra. ¿Un centro en el que quien debe no lee la prensa más allá de los anuncios clasificados? ¿que toma los mandos en herencia de una cúpula teledirigida, descabezada, a la baja y sin más mérito que la de ser una instruida en el sector inmobiliario por el que palmó? ¿Comunicación que no sólo forma parte de su consejo de dirección, sino que se atreve a hablar de iniciativas de gestión? ¿Comunicación recomendando médicos? Saber tanto con tampoco es digno de una adenda en el nuevo nombre de la Clínica. “Serra palma Planas”. ¿Nuevo cartel para nuevos tiempos o habilidad para intuir el futuro?