En 1920, el Dr. Kurt Schneider, prestigioso médico alemán, describió el fanatismo y la paranoia litigante como distintas manifestaciones del mismo trastorno psiquiátrico.
Hoy está reconocido en la Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS (CIE-10), con un código propio. Charles Dickens ya lo había inmortalizado, en la “Casa desolada” a mediados del siglo XIX, narrando los infortunados efectos psicológicos, sociales, familiares y económicos del delirio querulante.
El Dr. Schneider fue el encargado de la difícil tarea de reconstruir las degradadas instituciones médicas, tras el genocidio nazi, después de la segunda Guerra Mundial, desde el Decanato de la Facultad de Medicina de Heidelberg.
El fanatismo está en la base de hechos tan dispares y tan graves como el fascismo, las reivindicaciones integristas, en algunas de las pretensiones separatistas y no ha sido ajeno a los atentados del 11-S en Nueva York o en la reciente maratón de Boston.
Los afectados se caracterizan por ser sujetos de temperamento vivo, recelosos, susceptibles, de creencias rígidas, rencorosos, obsesivos y vengativos, por una causa. Por el contrario, si la causa es altruista, pueden ser apasionados idealistas.
En ocasiones desarrollan su desequilibrio en el mundo de la política, de la religión, de la reforma social y en muchas otras, lo orientan al único servicio de sus ambiciones personales.
El trastorno de la conducta suele ser insidioso, sutil y pasar desapercibido durante bastante tiempo. En las fases iniciales, fuera de su idea delirante se comportan con aparente normalidad. Sin embargo, la mayoría acaban desarrollando una psicopatía global, por lo general, refractaria al tratamiento médico.
En la vertiente litigante, eclosiona su reivindicación querulante de forma precipitada, por un conflicto o un fracaso. Un accidente, una enfermedad, una discusión de vecinos, una rivalidad y muy especialmente una derrota electoral o un cese pueden poner en marcha el desarrollo de su idea prevalente, sobrevalorada, que invadirá todo su proyecto vital, llevándolo a una apasionada lucha por “la justicia, la verdad o el resarcimiento de un daño”.
Pasan fácilmente de la queja al ataque directo a través de la justicia.
En el análisis psicopatológico del delirio pleitista se observa una pasión reivindicativa como un propio fin en sí mismo. Tienen una gran tendencia a identificar cualquier dificultad como una conspiración o una trama.
Muestran una gran desconfianza y son suspicaces, malpensados, incluso ante las razones de un gesto tan simple como un saludo.
Provistos de documentos, escritos, recortes de prensa y certificados, acuden con bizarra pasión a la policía y al juzgado. Las disputas legalistas, ocupan su tiempo y dan sentido a su vida social.
Se reconocen dos formas de presentarse; la pleitista pura, descrita como la manía de pleitear, la locura litigiosa o paranoia querulante. Promueven procesos contra sus adversarios y están en total rebeldía con la conciliación.
Si pierden su denuncia, impugnan la equidad de los jueces, denuncian su corrupción, la mala fe de la parte contraria, multiplican las apelaciones, inflan sus legajos, acumulan insultos y calumnias e incluso rehúsan someterse a la autoridad. En este punto se encaminan a una escalada de violencia sin retorno.
Existe la variante médica. Se dan en las consultas y se la denomina hipocondría perseguidora. En las fases más avanzadas, pueden acabar con una venganza feroz contra el médico indefenso, cuyo único error es no haber reconocido la gravedad del estado mental de su paciente.
Shakespeare, en Otelo, dice que “querellarse por pequeñeces forma parte de la naturaleza humana…” pero Santiago Rusiñol advierte que el gran problema del querulante es que cuando pide justicia, sencillamente quiere que le den la razón.
Generan daños colaterales de distinta índole. Asu familia, a sus compañeros de viaje, -paranoicos inducidospor su propia actitud y en ocasiones provocan una reacción airada de sus denunciados. Los litigantes no se libran de las consecuencias de su propia locura. Sufren un “efecto bumerang”.
Las denuncias se les vuelven en contra con resultados de autoagresión. Si se deja avanzar, crean un panorama de destrucción, odio, dolor y sufrimiento.
¿En qué estaré pensando?
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1 comentario. Dejar nuevo
Me ha quedado clarísimo que cualquier aspirante a un cargo político debería pasar un test discriminativo para esta patología…., entre otras pruebas de acceso, claro está.