La noticia de los días pasados fue una que vino a decir que el Conseller Sansaloni tenía una novia, o sea, tiene una novia, que el amor, aunque no se vea, se hace siempre presente.
Una noticia que sin duda va a revolucionar los ecos de sociedad, que va remover los cimientos de las relaciones personales desde el Medievo y que es sobre todo la noticia de mayor impacto desde nuestra reciente transición.
Perdone que afirme que es la única noticia comparable este siglo a la de tener un nuevo rey, y de que el nuevo rey tiene una churri, una novia, compañera o esposa que es al parecer también una reina. Se duda a estas alturas de reinado de Felipe VI si ha colocado a Letizia como reina, y si eso es denunciable por los grupos de izquierda del Parlamento balear. Dios los salve de ellos mismos, digo a los políticos esos de ellos mismos, aunque si lo prefiere le regalo la variación del “Dios salve a la reina” por el “Dios nos salve de la reina”.
Los que han querido ver que la noticia de la década era la maliciosa colocación de la partera que es pareja del conseller de Salut en un hospital público no tienen ni idea sobre lo que es una noticia. Pensemos que la noticia es precisamente que sea noticia, que los malos de la política, que la izquierda de colocaciones y amores apasionados entre camaradas, han querido ver en esa normalidad de contratación una noticia.
Que se haya criticado de forma pasajera que han coincidido el novio y la novia trabajando para la misma consellería es algo que sólo nos interesa para situar el corazón de los afectados. Si no hay trama de colocación, si no hay corrupción política en la contratación, si todo lo que hizo el novio a la novia está dentro de la legalidad y el amor es salud, a ver por qué no vamos a poder dedicarle una columna a analizar los síntomas del uno y del otro. El rey los guarde de parir un día cercano en un hospital público y de coincidir los tres en el mismo paritorio. Alguien de ultraizquierda denunciará que Sansaloni ha colocado también a su hijo.
Los que malpensamos cuando acertamos pensamos siempre al revés, que la novia parió de alguna manera el nombramiento del Conseller, y que habría que vigilar a la chica con un tococardiógrafo para saber donde apuntan sus contracciones y si la frecuencia cardíaca de cuando coinciden le aumenta o le disminuye cuando lo mira.
Habrá que investigar todas las oxitocinas que la chica inspira, habrá que repasar todas las prostaglandinas que pasen por sus manos para saber qué tipo de expulsivo trama en todo caso ahora que se ha desvelado el romance ginecológico de él y de ella. Sabemos que el conseller tiene un punto de gestante, de gestor gestante, pero no sabíamos que esa eutocia podía convertirse en distocia nada más conocerse el romance.
Había notado algo yo en él en los últimos tiempos. Se aborregaba el conseller en las convocatorias de prensa, se venía ablandando con cara de cordero cobrizo degollado, trataba a la prensa con esa mano izquierda anillada de oro compromiso diciéndole “cariño” y lanzándoles “te quiero”.
Ylo hizo hasta que pasa lo que pasa cuando te acuestas con la enferma en vez de con la enfermera, que resulta que la prensa es esa otra novia de la muerte, la prensa del corazón político, la prensa que te arranca a tiras las aurículas, y le ha colocado ante ese altar del disparadero que es la puerta del exit, o sea, la salida, mi amor.
Un conseller enamorado es un conseller al derribo, un hombre cascote que habla de amor cuando habla de “vacunarse”, y que habla de amor cuando habla de hacer “programas de prevención” y que habla de amor cuando habla de “despistaje” de algunas cosas. Y no es que él hable de amor, es que cuando tu enamorada sabe que estás enamorado traduce inmediatamente cualquier cosa que dices al lenguaje del amor. Confunde cosas como “unificar servicios”, o realizar “encuentros sanitarios” a las cosas del amor. Y tiene su lógica y también su razón.
La noticia de verdad es que un conseller enamorado es un conseller más peligroso para la oposición; que al enamorado metido a one de la gestión sanitaria se le afina el tacto con la pasión; que no se sabe dónde mira porque te mira a los ojos mirándote más abajo de la boca cuando te habla, y eso te despista porque desconoces dónde te va a besar.
Ya era hora que a esa voz de bronca de Sansaloni le llegara una de amor, de esas de los comedores de hospital en que desde la cocina se oye “marchando una de amor para Sansaloni”.