Una vez más, como ha ocurrido, ocurre y seguirá ocurriendo en otros muchos casos, los gobiernos más poderosos, aquellos que disponen del 90 por ciento de los recursos mundiales, siguen sin hacer caso a una máxima que, por sencilla, parece casi ininteligible: los problemas de gran calado, y el ébola, sin duda, lo es, no son locales, ni afectan tan solo a una comunidad reducida de personas. Tarde o temprano, acaban convirtiéndose en globales y, en consecuencia, las soluciones que se piensen, se ideen o se planteen desde las altas esferas, desde los mecanismos del poder, han de ser también, necesariamente, globales.
Ya a finales de los años 70 el ébola dio un primer susto a la humanidad. La valiente y decidida acción de un grupo de científicos impidió que el virus se expandiera. Sin embargo, los gobiernos, lejos de tomar nota de la situación, siguieron empecinándose en su error: es decir, continuaron planteando como locales problemas y situaciones que, en realidad, eran globales.
El ébola, entretanto, prosiguió su curso, y mientras se limitó a matar, aleatoriamente, a ciudadanos de las regiones más deprimidas de África no ocurrió nada ni las organizaciones mundiales y los gobiernos de los países ricos se inmutaron. Ha sido ahora, cuando el virus, definitivamente, parece haber roto amarras y ha puesto en jaque a Estados Unidos y a sus socios occidentales cuando han llegado las prisas y el mecanismo ha comenzado a funcionar. Ya no es solo África la que está amenazada, sino todo Occidente, y, desde la visión, interesada y paupérrima, de nuestros gobiernos, es ahora cuando se debe actuar. En realidad, debió hacerse mucho antes. Y si se hubiera hecho, probablemente, ahora no estaríamos lamentando la posibilidad de una epidemia mundial del ébola.
Vayan ustedes a saber cuántas otras enfermedades y virus circulan por el sur del planeta sin que desde el Norte se les conceda la más mínima importancia. Vayan ustedes a saber cuántos otros ébolas, de los que hasta ahora ni siquiera hemos oído hablar, circulan libremente a través de países como Sierra Leona, Níger o Liberia. A quién le importan, en realidad! Desde luego, a los gobiernos occidentales, no. Mientras no se meta el enemigo en casa, claro está. Como ha ocurrido con el ébola. Y también con el Sida, por cierto, cuyos orígenes, según un estudio recientemente publicado, se remontan a los años 30 del siglo pasado. En África, lógicamente. Para los occidentales, sin embargo, el Sida solo existe desde principios de los 80. O sea, cuando llegó a nuestro mundo perfecto.