Para algunos sectores de opinión, Mato ha sido la culpable directa de los recortes que ha venido sufriendo la sanidad pública española tanto a nivel de servicios y prestaciones, como de recursos humanos y técnicos.
La controversia se agudizó especialmente a causa de la modificación de las condiciones de acceso de los ciudadanos a la medicina pública y la introducción de fórmulas de copago en la adquisición de una relación concreta de productos farmacológicos.
La razón que argumentó Mato para justificar estos polémicos cambios fue la necesidad de garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud en una época marcada por una fuerte crisis económica que amenazaba, muy seriamente además, la continuidad de la sanidad pública tal como se ha aplicado en España hasta ahora.
Y ese es, precisamente, el mérito más importante que sus defensores atribuyen a la gestión de la ministra: su valentía para abordar una compleja y nada popular reforma sanitaria que, desde el primer momento, tenía garantizada una respuesta contundente en su contra, tanto en los círculos políticos, profesionales y mediáticos como en la calle.
En efecto, el encargo que en noviembre de 2011 recibió Ana Mato, nada más tomar posesión al frente del Ministerio de Sanidad, no era fácil de asumir: se trataba nada menos que de cimentar la viabilidad del Sistema de Salud, y hacerlo con menos recursos, con menos presupuesto, y en un contexto que no podía resultar más complicado, ya que sobre la cabeza de España pendía, amenazante, la espada de Damocles de una posible intervención.
Desde este punto de vista, la sanidad española estaba obligada a efectuar cambios, y hacerlo de manera rápida y taxativa. Otra cuestión es que las fórmulas elegidas fueran las más idóneas, o si, tal vez, el equipo liderado por Ana Mato debió apostar por otras alternativas. Ahora bien, algo que nadie puede poner en duda, al menos si se pretende hablar con un mínimo de distanciamiento objetivo, es que la sanidad pública precisaba pasar por el quirófano, y acometer una reforma que, a la par que profunda, resultara efectiva.
Así lo hizo Ana Mato, y tuvo, además, la templanza de asumir, tanto en el terreno personal como en el político, las consecuencias de una responsabilidad nada grata por la que nadie le iba a felicitar. Ni siquiera sus propios compañeros de partido político, que ahora contemplan, con cierta parsimonia, el final político de Mato, que, por cierto, nada tiene que ver con su gestión en el Ministerio de Sanidad.
Los analistas aseguran que existen tres tipos de políticos: los que aciertan, los que se equivocan, y los que no hacen nada. Y ya se sabe que quien nada hace, es imposible que se equivoque. En el caso de Ana Mato se podrá discutir si fue una buena o mala ministra.
Imaginamos que, como en todo, existen sombras y luces en su periodo. Ahora bien, nadie, jamás, le podrá reprochar inacción. Y eso, se mire por donde se mire, ya es un bagaje superior al que se hallan en condiciones de presentar muchos responsables políticos e institucionales, tanto ahora como en el pasado.