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Hay que perder el miedo a hablar del cáncer

salud-ediciones-squareEl cáncer sigue siendo el coco de todas las enfermedades. La simple pronunciación de esta palabra asusta, atemoriza y provoca una oleada de pánico. En parte, es comprensible que así sea, dadas las elevadas cifras de incidencia y de mortalidad que presentan las patologías de carácter oncológico. Sin embargo, otras dolencias igualmente devastadoras, como las enfermedades cardiovasculares, no motivan en el mismo grado una reacción de temor tan profunda y generalizada.

En este sentido, resulta interesante ahondar en la actitud que la sociedad en su conjunto mantiene frente al cáncer. Es como una palabra maldita, que nadie osa pronunciar en voz alta, y que pocas personas quieren escuchar, como si solo por llegar a su oídos ya fuera a convertirse en una dramática e inexorable realidad.

Es curioso comprobar cómo muchas personas no tienen ningún problema en compartir con los demás todos los detalles, incluso los más ínfimos e íntimos, de sus achaques y dolencias. Incluso los hay que presumen de llevar instalado un marcapasos, o de que han de consumir diariamente un montón de fármacos para prevenir la hipertensión, o de que fueron operados de tal o cuál órgano. En cambio, cuando se trata del cáncer, muchos enfermos, y también su entorno más próximo, opta por guardar silencio, mientras que quienes les rodean prefieren no preguntar, no inquirir, para no molestar o no importunar al enfermo.

Tras el cáncer existe todavía hoy un miedo irracional que va más allá del dramatismo que ya de por sí infiere la dolencia. Con el tiempo se han acuñado expresiones populares como ‘un mal dolent’, muy habitual en la sociedad mallorquina de hace unas cuantas décadas y que resulta una paradoja evidente, dado que difícilmente sería posible un mal bueno; o ‘una larga enfermedad’, para explicar que alguien ha fallecido a causa de un cáncer. En cierta manera, estamos hablando de una alteración de la salud que todavía conserva un elevado grado de estigmatización, y esa es, posiblemente, la peor estrategia que puede aplicarse cuando se trata de patologías oncológicas.

La reciente celebración del Día Mundial contra el Cáncer nos ha recordado la importancia de hablar del cáncer con normalidad, sin andarse por las ramas, encarando la situación con la máxima naturalidad. Así lo hacemos todos, o la mayoría al menos, si se trata de otras enfermedades, y en el caso del cáncer no debería ser de otra manera. Solo rompiendo el tabú que aun hoy rodea al cáncer conseguiremos que la información, la divulgación y la difusión de todo cuanto hay que saber acerca de la prevención y los tratamientos oncológicos lleguen a todo el mundo por igual.

En el cáncer, más incluso que en otras enfermedades, la desinformación puede ser sinónimo de muerte. Por el contrario, si tenemos en nuestra mano todos los datos útiles para introducir en nuestras vidas los hábitos y los comportamientos que nos ayuden a prevenir la enfermedad, habremos ganado, al menos, media batalla. Y si, además, perdemos el miedo a someternos a pruebas rutinarias que descarten cualquier anomalía de signo oncológico, habremos ganado la otra media.

En este terreno de la medicina, la detección precoz es el mejor aliado del paciente. Tumores que resultan inoperables en determinados estadios de la enfermedad, pueden ser absolutamente curables en sus fases iniciales. Ahora bien, para que toda la población se beneficie de estas estrategias es necesario, ante todo, dejar el miedo a un lado y abordar el cáncer por lo que en realidad es, una enfermedad, como otras muchas enfermedades.

Ojalá que esta jornada del 4 de febrero, Día Mundial contra el Cáncer, haya servido para avanzar en este camino.

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