Iba a hablar de los informes a sesenta euros que el IB-Salut cobra por hacer informes médicos, pero he estado pensando en la parte proporcional que deberían pagarme a mi por nombrarlos y en ese canje no salen demasiado bien paradas las arcas públicas. Vayamos al veto, y dejemos que los informes entierren a los informados y a los uniformados. El veto, que te veten, es una cosa tan importante que alguna norma internacional dice que existe un derecho a ejercerlo, un derecho de veto, se dice. El veto viene a querer invitarte a que no asistas a algún sitio, viene a ser un derecho a que alguien no quiera compartirte. Y ese derecho suele ser un derecho omisivo, lleno siempre de largos silencios y de alguna espera. Una espera que no llega nunca en forma de carta o de llamada telefónica, una palabra en una cita que no llega nunca a pronunciarse. El veto es una voz a medias que la mayor parte de las veces no llegas a oírla.
Pensaba yo que no estaría mal que a algún listo se le ocurriera inventar el derecho de veto activo, o lo que es lo mismo, que alguien te llame para decirte un “no te quiero conmigo”; que puedas recibir tranquilamente en tu casa la invitación a no asistir a algún sitio y puedas darte por enterado de que no te quieren. Por ejemplo, habría que saber por qué el Presidente Bauzá no me ha llamado para decirme que no iba a incluirme en la lista al Parlamento. A ver por qué tengo yo que estar esperando a saber que no me quiere, a estar repasando la lista día sí día también para ver finalmente si aparezco o no aparezco, si me quiere o no me quiere, el Margarito.
Avisar al vetado, cumplir con esa dejación, no es exclusivamente para que no asista, para que no vaya, sino para que se de finalmente por aludido, para que sepa realmente que no se le quiere. No tiene sentido el veto si después de vetar a alguien ese alguien no se entera de que fue vetado, así que hay que avisarle por todos los medios para que eso no ocurra. De hecho habría que invitar al vetado y una vez allí notificarle que su invitación es precisamente para eso, para informarle de que ha sido vetado.
Por eso defendemos desde aquí todo eso, por eso contamos desde aquí por ese derecho y aludamos a nuestros vetados más ilustres. Se me vienen a la cabeza unas cuantas posibilidades recientes de veto, probablemente todas con derecho a roce. Sergi/o Bertrán, por ejemplo, se dice que ha sido vetado por doña Rosa para que el propio Sergi o el mismo Bertrán gestionaran Quirón y/o Rotger, que eso es lo bueno de tener dos caras. O Joan Calafat, por ejemplo, que se oye en los mentideros que ha sido vetado también por doña Rosa a no sé qué de qué. Qué poderoso debe sentirse el vetador cuando te descojonas de él o de ella. Yo no termino de ver ese veto muy claro, sinceramente. Demasiado veto para tanto suflé, capilar se entiende. Por animar a los vetados estoy por vetarme yo a mi mismo a no hablar de Doña Rosa, por ejemplo, y a partir de ahora no dejar de hablar de ella. A mí mismo, por ejemplo, seguramente me han vetado para cualquier cosa que tenga que ver con la cuchipandi Quirón/Rotger, un grupo que juega a decir que se vetan mutuamente, pero que luego en la corta distancia se hablan íntimamente de hombre a hombre, que es –por lo que se ve- marca de la casa.
Que te veten en algún sitio es uno de los pocos signos de distinción que nos queda en este hogar de cobardes. Es más, anunciar desde aquí los vetos que acabamos de anunciar lo único que hace es hacer que los vetados entre ellos dejen de vetarse y que nos veten al resto.
Me consuela pensar que para vetarme necesitas pensar en mi, que sólo te veta quien te piensa, y que existes cuando tu nombre no está en el cartel de la mesa o cuando el portero ha olvidado tu nombre. Me consuela pensar que soy el veto que menos se te resiste, el que jamás querría acompañarte, el que propició tu veto para que no te quedara más remedio a hacerme caso.
Lástima que el peor veto es no poder hacer que alguien te vete. Que no cunda el pánico. Desde aquí no lo haremos.