Se celebra el número trescientos y parece que hay que celebrar siempre las cosas cuando llegan a un número redondo. Se celebran los cumpleaños cuando terminan los tres cientos sesenta y cinco días; se celebran las bodas de plata a los veinticinco años y se celebran las efemérides de lo que fuimos cuando hay algún idiota que intenta recordar lo que fuimos, sin olvidar aquello de que “al lugar donde fuiste feliz no debieras tratar de volver”.
Que haya que celebrar las cosas cuando llegamos a una cifra exacta es algo que no termino de entender de la naturaleza humana. El Hombre inventó los números y por eso terminó inventando los números redondos. Una vez hecho no quedaba otra otra opción que inventar también la celebración de los números redondos, y por tanto aprender a insistirnos en que cada cierto tiempo tenemos que acordarnos de intentar ser felices de forma obligatoria. La conclusión debe ser que esas celebraciones se montan para que todos los desalmados que tienden al olvido no olviden que alguna vez deberían celebrar algo.
Me sumo. Me venzo en eso de celebrar desde aquí entonces. Hablar del número trescientos de Salut i Força no es sólo hablar de la alegría del que gracias a su valentía inventa una revista pública, gratuita y de calidad (como la sanidad). Hablar de ese número cerrado no consiste únicamente en intuir la alegría de todos los que la llevan a cabo con todos y cada uno de sus esfuerzos. Hablar de ese número, de los números que llevan a éste, es contar el número, multiplicarlo por quince y dividirlo por el número de días que tiene un año. Veinte años no son todo.
Contar hasta trescientos es darnos a nosotros mismos todos los segundos que la gente que está detrás ha dedicado a pensar, a imaginar, a componer, a recordar, a insistir (“Javi el artículo”) y a redactar y a financiar todas y cada una de las iniciativas personales de tod@s los que a lo largo de todos estos años han ido apareciendo y desapareciendo de estas páginas.
Contar estos tres veces cien es asistir a la alegría de los que lo hacen, que es lo que pasa cuando cada cierto tiempo te escapas a la sala de llegadas del aeropuerto sabiendo que no tienes a nadie a quien recibir. Es buscar la alegría de un encuentro aunque no conozcas ni quien llega ni quien recibe. Es algo tan simple como vivir la felicidad que vive al otro lado de un desconocido.
Seguramente con motivo del importante momento, me mandan una entrevista o algo parecido para que conteste sobre qué opino sobre el impacto y sobre las bondades que tiene para los ciudadanos todo este quincenal de trescientos.
No sé todavía si contestaré a lo que me preguntan, pero por si acaso digo aquí que me importa bastante poco el impacto de la revista, que me trae sin cuidado la importancia de las cosas, y que no me interesa saber quién la lee o quién no la lee, entre otras cosas porque aquí lo importante es que cada cual lo haga de forma íntima.
La importancia de esta publicación es la compañía que todas esas semanas de todos esos años hace en las estanterías amontonadas de los espacios sanitarios de nuestras islas.
La importancia de lo que lleva dentro es ir de la mano de todos esos pacientes cuando se la llevan de la mesa de la sala de espera y les hace compañía mientras el doctor de turno les ofrece una solución a sus problemas. Lo importante de la revista es ser la compañía solitaria del profesional al que citan y que de forma encontradiza se deja caer para que todos los demás denoten su importancia en todo este entramado haciendo ver que no sabía que salía. La importancia de la revista es acceder a ella sin más, sin pago, sin contraprestación, sin voluntad alguna de buscarla: tropezar con ella. Lo importante es saber que quieras o no te encontrarás con ella para hacer lo que te dé la gana: seguir sus consejos o utilizarla como precipitante de la combustión en tu próxima torrada.
Lo importante es que la próxima será la 301 y que nadie celebrará que seguimos siendo los mismos. Por todos y para todos, enhorabuena.