Cuesta elegir entre a quién dedicarle unas palabras cuando la elección riela entre el amor y el desamor. Y cuesta decidirme porque Patricia se reafirma en devolverle a los ilegales un papelón a modo de tarjeta para que reciban asistencia sanitaria, y Silvia le pide desde su partido socialista a su gobierno socialista (ojo con el trámite porque es diputada socialista) que a ver si reconoce de una vez el derecho de las mujeres a abortar. Dos caras y una cruz. Dos ojos azules y un piercing en la nariz. Marchando una de cubismo. Me decido por Sil.
Solicitarle a este Govern que reconozca de una vez el aborto como un derecho es no terminar de haber aprendido a leer, digo como poco. Insistir en el rollo de la declaración de derechos de forma permanente y a todas horas es una trama que se nos hecha encima sin saber exactamente muy bien qué hemos hecho para merecernos tanto. Ahora que sabemos que Palma es la ciudad anti-taurina que nunca fue taurina; ahora que sabemos que somos todos progays cuando nunca nos declaramos contrarios; ahora que somos anti-desahucios cuando nunca entendimos que no fuera otra cosa que la consecuencia legal del incumplimiento de un contrato, ahora, es ahora mismo cuando Silvia llama a que nos declaren el derecho que ya asiste a cualquier mujer que quiere ejercerlo, ese que le asiste incluso a ella si tanto le gusta.
Recordarle los supuestos primitivos de la despenalización del delito de aborto, quién lo hizo, quién lo mantuvo y qué partidos lo modificaron; explicarle despacito a Silvi que sigue existiendo el delito de aborto para todas aquellas situaciones dolosas e imprudentes (la mayoría precisamente regulados para empurar los casos imprudentes en las demandas de responsabilidad profesional sanitaria, es decir contra los médicos y las comadronas) y que el mantenimiento de ese tipo penal es necesario para evitar el incumplimiento de la ley que aprobó su partido y que su partido mantuvo y modificó con la intención de convertirla en una ley de plazos es llegar a la conclusión de que Silvi no se entera, de que el pro-abortismo crónico y permanente afecta gravemente a la salud.
Pasa que a Silvi no le vaya que los padres de las niñas menores de edad que interrumpen su embarazo sepan que vienen de un centro de salud. Pasa que a Silvi le va más que las niñas les cuenten que vienen de Tito’s con su citotec puesto, porque al fin y al cabo los niños siempre regresan de París. Y pasa que Silvi regresa a casa para contarle a papá que el Parlamento ha declarado su invento en primicia, un derecho ya establecido de facto, el derecho de gala tarde de toda una miss camiseta mojada.
Estar aquí para que venga gente como Cano a hacernos a todos mejores por la vía del reconocimiento de derechos que ya están reconocidos es honor de borrachera, es palabrería de botellón.
Pero claro, explicarle que los derechos son ficciones jurídicas que no se poseen sino que se ejercitan o alimentar su obsesión explicándole detalladamente a la miss que poder practicarlo libremente -como la caída libre- es simplemente entender que está declarado, sería una tarea ímproba para desasnar a quién tiene como propósito declararnos cosas permanentemente.
Explicarle a Cano que no existe una declaración mundial de ese derecho por mucho que lo repita como un mantra no es querer aguarle la fiesta a la chica con su nuevo juguete, es simplemente que entienda que a ese paso le van a dar el Nobel por descubrir derechos que no existen.
Entender que a la puerta de cualquier paritorio existe un código penal no es cercenar la libertad de quien puede acogerse a ese derecho. Es simplemente llegar a comprender que la ley está para cumplirla, cierto, pero que aquí no estamos para cumplir con las tonterías de la ley. Pronto seremos anti-bancos, anti-curas abusadores, anti-maltrato animal y quizá quizá anti-hoteleros.
Qué suerte tienes, Patricia, mi amor. Así cualquiera es Consellera.