A los pocos días de empezar mi magisterio como Médico-Forense entendí que el que no acudía a aquel café con gente tan honorable como jueces, fiscales y secretarios estaba muerto, vivo en la crítica al ausente que se practicaba a todo aquel que ese día no se presentaba. Entendí después que al muerto, al ausente, al que es pasado, se le culpa de casi todo, tanto que -de hecho- creo entender que incluso cuando se busca la causa de la muerte en la autopsia se hace para echarle finalmente la culpa de algo al propio muerto, que termina de ser él mismo la pobre víctima de sí mismo gracias a la causa que le atribuimos los demás.
Nos sentimos solos con la muerte cuando buscamos sus razones, pero intentamos justificar la muerte del otro como parte de nuestra propia redención para sentirnos acompañados. ¿Sufrió, doctor?, te preguntan sin que uno sepa muy bien si te preguntan por el vivo o si te preguntan por el muerto.
Ya era hora de que apareciera por aquí Juan Sanz, el que fuera responsable de la mesa de contratación de la adjudicación de son espases y al que acaban de adjudicarle también el muerto de esa mesa de autopsias.
Juan Sanz. Un muerto de moda al que no dejan descansar de todo lo que se mereció; ese tipo siempre venido a más para gloria de los que tuvimos la oportunidad de compartir su lealtad y sobre todo esa clase silenciosa que tienen los que son de verdad.
Llega Juan Sanz hasta estas letras con más vida que nunca, pletórico de que le dejen decir lo que probablemente nunca hubiera dicho, ansioso de explicarle a todos aquellos de los que fueron suyos – a tantos que le consideraban también suyo- la diferencia entre el muerto y el vivo, la diferencia entre los muertos que se van yendo de la vida y los vivos que se quedan dejando de ser todo, siendo muertos entre sus muertos.
Aquí los vivos que vagan sus tristezas, aquí los que son polvo de traición y de mentira, se los presento a todos, Doctor Alarcón. Por eso tomo desde aquí la palabra de muerto como si estuviera llena de silencios seguidos, escritas en blanco todas las comparecencias judiciales de Juan Sanz y les advierto de la posibilidad deliciosa de que hubiera dejado un testamento hológrafo, una carta de despedida para el resto de su traición.
Aparece el cadáver de Juan Sanz en los interrogatorios del Hospital de Son Espases, y ni el juez Castro tiene la decencia de llamar al Forense para preguntarle por lo que no puede decir el muerto.
Joan Calafat, que es un hombre de muertos en el armario, preferiría seguramente que dedicara toda mi vida a escribir sobre la carrera profesional. Le digo que prefiero hablar de los que se van yendo que de los que quieren irse a actualizar la libreta de ahorro al banco, que a eso de la carrera le dedicaremos otro día y nos divertiremos con los dramas de los vivos, que también tienen sus mentiras y sus muertos, como en el caso Son Espases.
Llega el muerto entonces veníamos diciendo. Llega el único que tuvo cojones de abrir el sobre con las instrucciones que el presidente Matas le dio a Castillo (que no lo leyó) y a Bertrán (tres cuartos de lo mismo) y que resulta que es el único que está muerto.
Llega que la secretaria de Juan parece que dice que destruyó el acta de adjudicación de la no adjudicación del Hospital, como si eso fuera una cosa de vida o muerte, como si fuera cosa importante, como si hubiera un cementerio donde enterrar las actas que pasaron a mejor vida. Apunta la secre hacia el muerto, apuntan todos en la dirección de la silla vacía ilustrada de Juan con la indecencia propia del vivo que sólo puede oír su eco. Los muertos no replican, simplemente mandan, que decía aquel, y desde aquí nos queda un sudario para saber donde tenemos enterradas todas nuestras miserias, para entender que -lejos del delito, muy lejos de cualquier investigación- pensábamos que no tratábamos con animales. Atribuyen a Ford, el del Taylorismo, el padre de la cadena de montaje, un epigrama. “Pido dos brazos para trabajar y me mandan a un Hombre”. Aquí pidieron hombres como Juan. Sólo nos mandaron brazos para apuntar al muerto.
Que descanse en paz, Juan. Que eso debe ser vivir sin que nadie pueda señalarte.