Mi editor abominará de que escriba sobre el tema más común, sin cita alguna a ninguno de los personajes de este belén con sus nacimientos. Asumo la responsabilidad de no citar a nadie, hago mías las culpas de no enmendar conducta alguna más allá de la sonrisa.
Hoy visto de rojo o de cómo se llame ir disfrazado de sonrisa y de deseo. Y lo hago sabiendo que el color rojo es distinto en cada uno, y que además cuando se combina con la creencia sobre lo que es bueno, sobre lo que es malo o sobre lo que es o no es solidario suele tener matices y consecuencias diferentes.
Mi madre -siempre mi madre- dice que en su casa vive diariamente la Navidad, y yo le digo que si eso es cierto sus abalorios se encienden desde esta columna cada quince días. Quién nos iba a decir que el calor de esas luces iban a encenderse desde el frío de los acontecimientos sanitarios de nuestra comunidad.
Jamás hubiera podido imaginarme haber encontrado el ritmo basal de todas y cada una de las columnas escritas durante todo el año precisamente al final de este año. Jamás hubiera podido pensar mientras lo hacía que estaba haciendo el amor con cada una de sus letras, que al fin y al cabo el amor era lo que iba a terminar uniéndolas a todas, que el amor iba a ser el común denominador de todos mis insultos.
Parece cierto que desde aquí no pagamos por amar y mucho menos por el amor, pero no creo que nunca hubiera podido imaginar un delirio navideño en forma de columna, este árbol de Navidad invertido y descendente, caído y decadente en el que cada bola refleja lo que somos cada uno pasado el tiempo de un año. Si las bolas del árbol tradicionalmente han sido reflectantes hoy sabemos que es para advertirnos de nosotros mismos, para que mientras las colocas entiendas quien has sido siendo el resto del año. El amor no es sólo lo que es sino también lo que se le espera y lo que se espera de él, por eso no está mal verse reflejado de sus esferas colgantes y así entender que la imagen especular es tu mejor artículo posible.
Después de eso creo que puede decirse que nadie puede superar en amor a esta columna inerte, que nadie puede retrasar la Navidad como nosotros cuando la arrastramos por el suelo de los acontecimientos sanitarios de todos los días en los que tardan en llegar estas fiestas de pazyamor todo junto. Porque amor es lo que se tiene cuando se denuncia algo que aspira a mejorarse; porque el amor no es sólo un conjunto de manifestaciones gástricas -que decía Dalí- no es sólo una hiperventilación de cuando se acerca, ni mucho menos una forma injustificada de duelo. El amor es transportar a una columna sanitaria un deseo, y es sobre todo llamarle a cada uno por su nombre y recordarle los 365 días del año que aquí siempre es Navidad, como en casa de Julia.
Navidad no es veinticuatro en letra, ni veinticinco ni treinta y uno en número. La Navidad no es algo que se compra al por mayor, ni nada que se cuelgue de vez en cuando en el pecho. La Navidad es algo mucho más sencilla de vender, algo mucho más fácil de intercambiar o de llevar. La Navidad se llama Juli y se llama Víctor, y Patricia y Rosa y Aina y María. Hay Navidades para todas las formas y para todas las iras. La Navidad son todos ellos y probablemente algún@ más, gente necesitada de que en algún momento haya que recordarles, de que no permanezcan en el olvido más allá de 365 días, de que siempre cuelguen de nuestros corazones.
Llega la Navidad un día de éstos, llega en el momento justo de que esta letra se quede retrasada y varada en la sala de espera de cualquier centro de salud.
Habrá pasado la Navidad, habrán pasado las fiestas, y cuando alguien coja esta revista y lea la palabra Navidad, cuando alguien lea que el artículo se titula amor y cuando usted relacione una cosa con la otra sin leer más allá, entonces devolverá la revista a su lugar de origen de forma primorosa, con esa paz propia del que devuelve entera la Navidad regalada. Esa es la verdadera Navidad, la que se devuelve una vez usada.
Alguien espera una disculpa en estos días por las penas pasadas. Yo espero la deserción de un puerta a puerta trasladando el único fundamento que existe del regalo: el deseo. Esos buenos deseos que mando desde aquí para que cada uno se construya el suyo.