Joan Carles March y María Ángeles Prieto comparten lugar de trabajo -la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP)- y la intensa aventura de ser padres de tres hijos adoptivos, ahora adolescentes, que llenan su vida de generosidad, de esfuerzo y de amor, aunque la pareja rehúye de cualquier alabanza y tilda su actitud de “normal”.
Él es médico preventivista y ella, enfermera y socióloga. Se conocieron en la ‘oficina’. De eso hace mucho tiempo. María Ángeles ya lleva alrededor de 23 años en la EASP y Joan Carles llegó incluso antes. La cuestión es que sus vidas se cruzaron. Él aportaba dos hijos biológicos. En el salón de su actual casa -donde se adivina el gusto por el arte- una de las fotos que se exhibe con más orgullo es la de los hijos mayores del padre abrazando a los tres menores. Joan saca otra en su móvil: “Son mis cinco de vacaciones en Pollença, mi pueblo natal”. Los tres adoptivos – que también son hermanos biológicos entre sí- aparecen sonrientes, tratando de olvidar que un día llegaron a su hogar -con 11, 9 y 6 años- procedentes de un centro de acogida.
“Los mayores -ya emancipados- hicieron un acto de generosidad grande y ejercen muy bien su papel. Los chicos son más trastos”, apostilla María Ángeles, que antes de emprender esta aventura familiar hizo cooperación internacional remunerada con la EASP y estuvo en Guatemala impartiendo cursos de formación a directivos sanitarios.
10 años de apadrinamiento
La pareja se casó hace diez años y empezó con apadrinamientos de niños latinoamericanos a través de Intervida, luego hicieron todos los cursos de la asociación granadina Aldaima para convertirse en familia de acogida permanente de niños declarados en desamparo por la Junta de Andalucía. “Ya éramos mayores, y pusimos tan pocos requisitos para recibir a los niños de acogida que nos derivaron a una adopción nacional. Estuvimos muy de acuerdo, ya que aquello tardó mucho menos de lo que creíamos… A nosotros nos parecía que un niño de 12 años aún era pequeño. Teníamos experiencias previas en la familia de menores con necesidades educativas especiales y discapacidad y tampoco nos asustaba, porque ya queríamos mucho a personas con esas características.
Los dos venimos de familias numerosas, yo soy la mayor de siete y Joan de cuatro hermanos… Así que desde que empezamos el proceso de adopción hasta que conocimos a nuestros tres hijos sólo pasó un embarazo, nueve meses, con periodos de prueba iniciales en el que venían los fines de semana o a hacer los deberes a casa…”, narra la mujer, con serenidad y convencimiento.
Los viajes de trabajo, las escapadas de aventuras, las horas interminables en la oficina y la vida bohemia se acabaron hace nueve años. A Joan Carles, que por entonces tenía 45, y a María Ángeles, que contaba con 44 años, muchos les dijeron que estaban locos, pero ellos querían ser padres, pese a que sabían que su familia iba a tener necesidades especiales. “Son niños que vienen con mucha mochila, con experiencias traumáticas que les dejan heridas. Han pasado mucho tiempo institucionalizados.
Hay que saber curarlos poco a poco. Necesitan empatía, tienen inseguridad, falta de autoestima y eso se traduce en sus comportamientos. Su aparente seguridad no es tal. En nuestro caso, en el ámbito familiar no ha habido problemas, pero en el escolar, sí, muchos. Es lo peor de esta experiencia. En Primaria fueron a Alquería y de diez, pero al pasar a la ESO ha sido desastroso… hemos cambiado seis veces de instituto, no damos con docentes que sepan abordar estos casos. No los entienden, falta formación, conocimiento y habilidades en la mayoría de profesores para tratar la diversidad”, apostilla la madre.
María Ángeles insiste en que los primeros años de la vida de un niño son decisivos y que sus hijos no gozaron de una mamá que los cogiera en brazos, les cambiara el pañal a tiempo o les contara cuentos. “Hay que reconocer y saber que muchas funciones que nosotros tenemos por normales en ellos no se han podido desarrollar aún por su experiencia… Por ejemplo, la satisfacción diferida. Todo se trabaja y se mejora con el tiempo, pero los profesores también deberían estar ahí. Es muy importante que los educadores entiendan que si estos niños no hacen o hacen determinadas cosas a cierta edad la respuesta no debe ser la penalización, sino la adecuada para activarlos y sacar lo mejor”, narra Joan Carles, quien aún se echa la mano a la cabeza cuando recuerda las notas de una tutora. “Dijo por escrito: ‘No hay nada que hacer con este niño. Nada’”.
Post adoptción sin apoyos
En la “postadopción” apenas hay apoyos. Eso es un fallo. Alguien debería enseñar a las familias cómo ser terapéuticas. Se necesita más seguimiento para que el proceso sea exitoso. “Yo ahora trabajo con muchas familias adoptivas porque en la EASP hemos creado una escuela”, narra María Ángeles. Ni ella ni Joan Carles tienen sensación de estar haciendo algo especial. “La adopción es muy necesaria”, coinciden. “Cuando uno de mis hijos con 16 años se queda con la abuela dependiente dos horas cuidándola, cuando te dice que quiere adoptar de mayor, cuando hay un avance… nosotros nos alimentamos de ver cómo van normalizándose, cómo van confiando en la gente, como van queriendo poco a poco… Un pasito en nuestra familia es un éxito. No nos podemos comparar con nadie, tenemos nuestros ritmos y nuestros éxitos, aunque nadie lo entendería. Tener a niños con necesidades te hace crecer mucho y ser mejor persona, aunque haya momentos duros y complicados. El día que tu hijo te dice ‘te quiero’ -y no es ni al tercer meses muy importante. Cuando ocurre, es muy satisfactorio, con todas sus dificultades. Sólo queremos que sean buena gente y capaces de llevar una vida feliz. Es un trabajazo y es un éxito”, se despide esta “afortunada” pareja.