Por discreción y por evitar que se tomen represalias contra él, vetaré el nombre de mi traumatólogo, excelente profesional del cual un día daré cuenta para la gloria de sus manos, de su intelecto y sobre todo de su corazón. Eso sí, lo haré cuando me releve del secreto profesional que lo protege de mí, lo haré antes de que él lo niegue. Lo haré una vez que el “negociéselnegoci” haya vuelto a su ser y que los grandes números de esas grandes compañías hayan entendido que las zarpas de los fondos reptiles no tienen nada que ver con lo que lo tratamos los médicos.
Si vieron negocio en nuestras manos que inviertan en esta revista y así podremos vetarles, por poner un ejemplo. Hablaré de mi traumatólogo una vez que el médico haya regresado al lugar que le corresponde, ese sitio en el que cuida mientras se le cuida, el entorno en el que preocuparse por los pacientes no sea preocuparse además de sí mismo y de la despreocupación absoluta que la codicia hace en nuestro trabajo. Y si es cierto que todos coincidimos en que la sanidad tiene una parte de negocio, desde luego no a cualquier precio.
No sé si he dicho demasiadas pocas veces que uno de los mayores atractivos que tiene esta revista es sencillamente que llegue gratuitamente hasta usted. El colmo sería que además me pagaran a mí. Es una maravilla que usted repose en el asiento de la consulta de cualquier médico y pueda manosearla, pueda hacerse un canuto con ella o envolver la sobrasada que tiene ahora mismo entre sus manos para agradecerle al compañero todos sus desvelos en cuidarle. De hecho y bien pensado, ver todas estas letras manchadas de grasa anaranjada es probablemente el condimento que necesita esta letra para darle consistencia.
Lo grande de esta publicación es tenerla en cuenta, es despreciarla despreciándome, y todo sin tener que rendir cuentas a otr@ alguien que no sea usted mismo.
Pero dicho eso hay que decir que también parece cierto que vivimos en el tercermundismo de no valorar lo que se nos regala. De ahí el poco respeto con el que nos dirigimos al mar en sus buenos días, o el trato impresentable que le dedicamos en ocasiones a las personas que la vida nos regala para que perfumemos la nuestra, digo a esas que se nos acercan con un lirio en la mano sin búsqueda alguna de contraprestaciones.
Por eso cuando me acerco a la Clínica Quirón y me acerco a la sobremesa de mi consulta y no veo donde leerme -aunque no lo haga, y mucho menos lo hiciera- no termino de entender ese regalo. Por eso cuando no me queda más remedio que entrar en ese excelente espacio sanitario que nos regalamos pagándolo, no termino de entender por qué una revista de información sanitaria como ésta no está entre los entresijos de ese sitio, entre sus fonendos y sus trastiendas, entre los cafés de la enfermería y los entretiempos de las UCIs.
Por eso me da por pensar si el hecho de que yo no pueda vetar leerme en la Quirón tiene que ver con lo que se diga desde aquí. Por eso me da por ir a buscar a su Director, al tal Sbert que creo que se llama, o al que está con él, a Víctor Ribot, y preguntarles directamente por qué no puedo ejercer el onanista derecho constitucional de leer mi gratuito artículo entre sus confortables salas de espera. Me da por pensar si el tema es un error en los servicios, o sea, si en vez de en Traumatología debiera hacérmelo mirar en Urología, no fuera cosa que la razón estuviera localizada en ese lado del ala.
Cuando los Rotger, y sobre todo los Regis, jugaban a que mandaban en el lugar que era de su propiedad, entendiámos la grandeza de su negocio, incluso creo recordar que queriéndolos llegamos a pensar alguna vez que nos querían. Cuando los jugaron haciéndonos creer que mandaban en el lugar que ya no era de su propiedad queriéndonos vender que lo hacían por nosotros, entonces entendimos que había llegado el momento de que me vetaran a mí también.
El tema es si el derecho de veto sigue anclado entre la naftalina del pasado sanitario. El tema es si el derecho de veto se sustenta en el derecho de bota, el de los limpiabotas que –haciendo como que hacen- lo único que dictan es la voz de su amo. Quién manda aquí, pregunta cantando la MalaRodríguez. Yo estoy empezando a dejar de preguntármelo.
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No me extraña!!!! Vaya artículo de opinión en un periódico sanitario. Sus movidas con la empresa privada no se entienden a no ser que vengan promovidas por la competencia y Vds salgan beneficiados