Si vives en el infierno de una dictadura de decisiones arbitrarias lees a Wilde y entiendes que – por lo menos- puedes mirar hacia un lugar lejano y constante sin que nadie te toque los cojones. En aquello del “todos vivimos en una alcantarilla pero algunos miramos hacia las estrellas” por lo menos teníamos un techo de cielo y sabías que pasara lo que pasara tiritaban los astros a lo lejos.
Como no teníamos suficientes, le ha dado a este gobierno autonómico nuestro por buscar techos en todo lo que nos toca vivir. Algo raro debe haber en todos aquellos que no es que miren al techo sino que los buscan. Me decía un día Bertrán, Sergi, que los techos hospitalarios son muy importantes, y es que son el cielo de todos los techos de los que van encamillados buscando quien les ofrezca una solución a su mirada horizontal. Jamás hubiéramos imaginados vivir del techo. Salen los techos y -ahora que pienso- resulta que en vez de poner techo a “los sin techo” y acabar con la pobreza como nos habían prometido, están todo el día buscando techos en los que mirarse desde lo más bajo. Y así llegamos rápidamente a la conclusión de que estos chicos nuestros se alimentan de pobres, se comen a los pobres empezando el despiece por las papeletas electorales de sus manos, que son el condimento de esa pobreza de espíritu que promete soluciones imposibles para solucionar sus posibles. Pobres que son los que tristemente alimentan su política reptante, sin inventos vertebrales de cifras y situaciones que cuadren y articulen con un exceso de algo por el que después salvarnos y protegernos del invasor.
Poner techo a la “okupación” turística es verdad que es un viejo adagio de la izquierda siempre que nos gobierna, y deberíamos estar acostumbrados. Pero hablar de que tocamos techo en alquiler de vehículos, en los parkings de las playas, en los chiringuitos, en el consumo de agua, en el consumo de arena, en plazas hoteleras o en alquiler de edificios residenciales empieza a ser ya una neurosis obsesiva tirando a delirio crónico.
Aquí que estábamos acostumbrados a que el ex presidente socialista Antich nos dijera que él tiraba hacia la utopía, y ahora su delfina Armengol que no ve sueños ni quimeras más allá de los límites concretos que ella nos ha impuesto con sus datos y sus cielos telúricos de farmacéutica.
El “busquemos la utopía” de aquel tiene poco que ver con las pintadas barriobajeras del subnormal que manchaba el otro día las paredes de nuestros edificios históricos llamando terrorista a los visitantes que con esmero recibimos mientras pagan nuestras nóminas. Y es que el lenguaje tabernario de arriba desciende, baja, tiende al descenso y cala precisamente en quien cree que su soledad le pertenece, cuando todos sabemos que la soledad te pertenece si te la pagas, en exclusiva. Desciende entonces la voz y cae ese lenguaje de gobiernos sobre el estiércol que se revuelve en su olor y entonces ya está: crea el clima necesario para que sigamos inventándonos cifras de invasores que quieren robarnos el albedrío.
Ya está. Creado el clímax sólo falta el tonto de turno para hacer de nuestra vida terrenal un techo permanente. Jamás hubiéramos imaginado vivir en el techo.
Y es que resulta que cuando alguien dice que nos falta agua nos entra la sed, se nos afloja la mano y nos dedicamos a darle al espray redentor insultando al guiri. De aquellos terroristas precisamente estos barros cuando decían aquello de “unos mueven el árbol y otros recogen las nueces”. Unos mueven el spray y los otros publican soflamas en los muros de la Seu para que les voten.
Todo se equivoca cuando se cree que el cambio es siempre una mejora, un progreso. Se transforma la calle a modo de pintada, y aparece de modo amenazante el fraude del insulto contra el paseante y el sedente que plácidamente está pagando ahora mismo con su consumición lo que debemos del parking de Son Espases.
Tenemos techo farmacéutico y tenemos incluso ahora que ya hablamos aquí de Montoro, un techo de déficit que los de aquí venden como recorte mirando al tendido y creyendo que somos todos idiotas. Desde aquí no buscamos nunca soluciones, pero quizá en vez de poner límites y de subir impuestos (que paguen esos techos que alguien tendrá que pagar, que ese es otro artículo), quizá lo apropiado sea contribuir con menos euros para limitar que nuestros gestores los distraigan, o sea, que la corrupción la paguemos nosotros limitándoles el dinero que puedan robarnos pagando menos impuestos.
A ver si así no les queda dinero ni para agenciarse un espray con el que hacer el tonto.