De hecho, pese a la multitud y la constancia de los mensajes difundidos en tal sentido, la realidad es que los efectos de tabaco sobre la salud y la calidad de vida aún se infravaloran demasiado. Ciertamente, el número de fumadores ha descendido estos últimos años, pero teniendo en cuenta las permanentes campañas de prevención y la abundante información acerca de los riesgos del tabaco, la realidad es que la incidencia de esta adicción sigue siendo anormalmente elevada.
Así es, sobre todo, considerando, por ejemplo, que el tabaco es el primer factor de riesgo del cáncer, debido a que el humo y los productos cancerígenos provenientes de la combustión se depositan en gran parte en los órganos, por medio de la respiración o de la saliva.
También el aparato digestivo, la vejiga, los pulmones, la lengua y la garganta se ven especialmente afectados.
Sin ir más lejos, el 50% de los cánceres de vejiga están relacionados con el tabaco, una proporción que en el caso del cáncer de pulmón se eleva nada menos que al 85%.
Los efectos del tabaco se desarrollan inexorablemente, día tras día, semana tras semana y año tras año. Y aunque a veces se piense lo contrario, ni los fumadores pasivos ni las personas que fuman tan solo algunos cigarrillos al día están a salvo de las consecuencias.
De hecho, el mayor factor de riesgo no es tanto la cantidad de tabaco que se consume como el tiempo en que el hábito persiste. Por ejemplo, un consumo de cinco cigarrillos diarios, si se prolonga por espacio de más de veinte años, resulta sumamente peligroso.
Frente al tabaco, la mejor decisión es siempre dejar de fumar. Y hacerlo de manera decidida, sin mirar atrás, y, si es necesario, con ayuda profesional y especializada.
Lógicamente, un ex fumador siempre correrá más riesgo ante determinadas enfermedades que alguien que jamás ha sido adicto a los cigarrillos, y por este motivo cancerólogos y tabacólogos aconsejan a quienes han dejado atrás el hábito que sigan sometiéndose a pruebas de salud, al menos durante los dos años posteriores.