Un problema es, probablemente, que la palabra problema tenga tantas acepciones como matizaciones e intereses personales tiene. Parece claro que el problema del retratado es objetivamente distinto de el del retratista, fundamentalmente porque su ejercicio, su interés, su objetivo y -sobre todo- el sentido de su finalidad es necesariamente distinto.
Pasa, por ejemplo, que uno escribe una columna con una finalidad y resulta que el sentido del que la recibe es diametralmente opuesto, no ya a lo deseado si no a lo pretendido.
Ocurre a menudo porque tiende a interpretarse que el mero hecho de que se hable de un tema representa la peor forma de atajar un problema, porque a menudo se entiende el silencio como la solución a algo. A otros les pasa que no entienden la crítica que ellos mismos generan por estar donde están, no terminando de entender eso de ser divos del halago matutino y ciudadanos de la crítica nocturna.
Y ese es el problema que nos soluciona ese problema, que la respuesta del ofendido te da la verdadera dimensión de lo que es cuando se le critica: te dice realmente lo que es el personaje, dice no sólo lo que es sino lo que representas para él, aunque no te merezca quien no te entienda.
El problema del problema que tienen algunas de las personas de las que se habla en la prensa, en los medios de comunicación, aquí mismo, es que no tienen ni puta idea ni de lo que son ni de lo que representan. El problema no es el problema, es cómo reaccionas ante el problema, que dime cómo reaccionas y te diré dónde tienes el problema. El verdadero problema es que en esa respuesta está el resultado de su capacidad: si no reaccionas sabiendo dónde estás no estás capacitado para ocupar el lugar que ocupas.
El problema del problema es no terminar de entender que el problema termina justo en el momento en el que entienden que empieza, que es cuando s empieza a confundir el beso con el tiro, el abrazo con la asfixia.
Si llega a pasarte date la vuelta y mírate al espejo. No te encarnes intentando desvelar si los acontecimientos son ciertos o no, porque ese debate es otro hacia tu engaño.
El problema de ese tipo de problemas, es que merecen después otra columna para que el presunto ofendido entienda la diferencia. La ostia de después, como el amor de después, te ayuda a reevaluar y a entender si lo que te dieron era una ostia o si era finalmente un beso.
El problema al final es no ir armado por la vida para afrontar los problemas. El problema es, definitivamente, que, sin armas, creo que tenemos un problema.