En este mismo sentido, es muy notorio el aumento de la incidencia de la enfermedad de Alzheimer y la demencia progresiva que le acompaña. Sin embargo, no debemos asociar el Alzheimer exclusivamente con el envejecimiento. Un número nada despreciable de adultos jóvenes la sufren y muchos ancianos mantienen sus funciones superiores totalmente conservadas, incluso bordeando la centena. Gozan de una memoria, una capacidad de raciocinio y una conducta envidiables; superior a la de muchos jóvenes. De la misma manera que no debemos asociar la demencia, exclusivamente, con la enfermedad de Alzheimer. Y no es no, porque hay demencias tratables que pueden detenerse e incluso revertir. No debemos asociar unívocamente las demencias con el Alzheimer porque algunas demencias tóxicas, infecciosas, metabólicas o deficitarias pueden curarse y de hecho se curan. En esta misma línea, no se debe explicar el deterioro de los enfermos de Alzheimer, únicamente, con la progresión de la enfermedad.
Y no es no, porque esta aproximación simplista resulta inadecuada y contraproducente para su evolución. Muchos factores tratables pueden explicar deterioros atribuidos a la demencia. La precocidad en la identificación de estas variables y de las demencias secundarias mejora los resultados, suaviza la progresión y aumenta la calidad de vida. De la misma forma que no debemos rendirnos ante los primeros síntomas del Alzheimer. Y no es no, porque intervenciones terapéuticas y conductuales contribuyen de forma directa a que de lo que único que “nos olvidemos”, es que la sufrimos. Recuerden aun, aquí y ahora en derrota transitoria pero nunca en doma. Como dicen en Huesca “sin reblar”.