P.—Esto de ser mujer, no es nada fácil, ¿verdad?
R.—Pues no. Es una trayectoria difícil, es romper barreras continuamente, aunque tiene su gracia y su encanto.
P.—Usted estudió Medicina en los años 50. ¿Cómo se le ocurrió a aquella chica, en aquellos tiempos, meterse a estudiar Medicina, y no algo “más femenino”?
R.—Pues ese fue un planteamiento que ya me hizo mi padre. Me decía que, de estudiar Medicina, nada, que eso era “carrera de hombres”. Entonces el primer año era común entre Medicina y Farmacia y me tuve que matricular en Farmacia. Tuve la suerte de tener unas notas muy brillantes y le pude decir a mi padre que no seguía en Farmacia, que no me gustaba, que lo que quería era estudiar Medicina. El pobre hombre cedió.
P.—¿Fue especialmente difícil la Universidad para una chica, en esa carrera?
R.—Fácil no fue. Se sumaron varios factores, como la dureza de las asignaturas que suponía un contraste importante para cualquiera que viniera de un colegio de monjas; pero, sobre todo, el machismo imperante. En mi curso éramos cinco mujeres y 200 chicos. Sufrimos resistencia y falta de aceptación. Un ejemplo: Un día el cátedro de anatomía dijo que “mañana que no asistan las señoritas a clase porque la lección versará sobre el aparato genital masculino”. Ese era el nivel. Era una cerrara de hombres y lo nuestro fue forzar la situación y un desafío… ¿Esas chicas que se creen? Y no era nada personal, sino la estructura del momento, cuando las mujeres eran solo objeto decorativo al servicio del hombre y a su uso.
P.—¿Y a la hora del servicio clínico?
R.—Pues también fue difícil. Cuando empezabas a ejercer había que pacientes que preguntaban: ¿oiga, no va a venir el médico? Porque “el médico” siempre tenía que ser un hombre y al verte había una duda, un recelo, porque el arquetipo del médico era masculino y cambiar eso tenía que ganarse a fuerza de empatía y de muchos otros factores.
P.—Usted llega a Son Dureta a principios de los 1970. ¿Qué se encuentra?
R.— Me dio la impresión al llegar a Son Dureta de que era un hospital que iniciaba su desarrollo, con estructuras deterioradas y recursos escasos. No había nada estructurado. Se hacía un tratamiento sintomático. Las estructuras eran muy rígidas, con muy pocos recursos. Lo de Son Dureta fue un proceso impresionante, viéndolo desde que entré al momento en que salí: el desarrollo de las especialidades, la evolución de la administración, el nacimiento de esta gran Medicina pública que tenemos ahora. Todas las especialidades se desarrollaron con ímpetu y con un gran espíritu de sacrificio, de compromiso, de entrega por parte de la gente que lo dio todo.
P.—A ustedes les tocó montar ese gran Servicio de Pediatría que ahora tiene su reflejo en Son Espases. ¿Cómo fue ese proceso?
R.— Fue el doctor Rul·làn el verdadero promotor, yo llegué después. Fue una andadura apasionante. En enero de 1978 se inauguraba en nuestra comunidad el hospital infantil, en el que tuve el privilegio de participar, único hospital público en la isla de Mallorca y centro de referencia de las islas del archipiélago, uno de los hospitales de vanguardia de nuestra geografía, gigante científico y asistencial capaz de competir con cualquier estructura sanitaria. P.-¿Y qué destacaría de ese proceso? R.-Empezó con la formación, con el desarrollo de las especialidades, se crearon las unidades de oncología, la UCI que no existía, la escuela de Enfermería, la formación de los residentes, la neonatología, el trabajo de Neumología en el tema del asma con ese programa con Primaria para Baleares, la participación en la investigación con los primeros conciertos y entrar en líneas de investigación… el secreto fue trabajo de gente muy valiosa, esfuerzo, formación, estudio. Fue una etapa de ímpetu, de desarrollo, de consolidación basado en todo eso, con el apoyo de las autoridades sanitarias, aunque con paradigmas diferentes a los de ahora. Fue la etapa más fecunda: partíamos de cero.
P.—Y la relación con los enfermos…
R.— Antes los niños se hospitalizaban solos prohibiendo a los padres acompañarlos, para evitar contagios. Había que superar eso, esa angustia de los padres al separarse del niño. Pusimos en marcha la unidad de crónicos, para esos niños que viven dependientes del respirador, que estaban todos mezclados en la UCI, aislados de sus padres. Por eso se creó una Unidad Pediátrica de Crónicos, con cuatro camas y un servicio de Enfermería continuo, donde los padres podían estar todo el día con su hijo. Eso fue un hito, la primera de estas unidades en España.
P.—¿Cómo fueron sus relaciones con la Enfermería?
R.—Concebimos la Enfermería no como algo al servicio del médico, sino como una coparticipación. En ese proceso se sentaron las bases de lo que es hoy la Enfermería y que hoy se ha desarrollado ya en la Universidad como lo que tiene que ser, y que antes no existía. Creo que la clave de todo, no solo de esto, fue la formación. Yo venía de una estancia de un año en un hospital del Norte de Alemania, en la ciudad de Münster, y eso me ayudó, con nuevos planteamientos, dejando en segundo lugar viejos paradigmas heredados. Hoy el servicio de Pediatría está a niveles mundiales de atención, especialización, investigación, actualización y es una garantía.
P.—¿Cómo fue entrar en la Academia de Medicina de Baleares?
R.—Acaban de cumplirse 40 años. No fue fácil. Había que romper moldes, otra vez. Yo tenía 40 años. En la Academia todo eran personas mayores que yo. Y hombres. Lo mío fue una irrupción. Te tienen que presentar tres académicos. Uno fue Paco Medina, un pediatra que fue presidente del Colegio de Médicos; otro el doctor Fernández Vila, un famoso otorrino, y el doctor Llobet. A ellos doy mi agradecimiento emocionado. Mi llegada fue una bomba. Había que hacer entrevistas con los académicos, alguna de las cuales tengo muy guardada: Existía en ese olimpo de la academia el interrogante de cómo podía aspirar una mujer un sillón reservado hasta ahora a los hombres. No salí elegida por unanimidad, sino por mayoría. Al principio hubo esa resistencia, aunque luego fui muy bien acogida y muy querida.
P.—Y la primera mujer académica…
R.—Yo entré en febrero de 1978 y aún en toda España no había académicas, a pesar de que había mujeres fenomenales, mujeres a las que se pusieron dificultades para entrar en las academias. Pero al mes siguiente entró Carmen Conde en la Academia de la Lengua, que como yo había nacido en Cartagena. Recuerdo que tras nuestros nombramientos empezamos un paseo por toda la geografía española, como dos bichos raros. Nos reuníamos con feministas, en mesas del Ministerio de Cultura. Aquello era un notición. Me hicieron Hija Ilustre de Cartagena. Fue todo muy interesante.
P.—Y luego llega la Fundación Amazonia.
R.—Construimos un hospital en la Amazonia, en Nuevo Aripuaná, junto a un afluente del Río Amazonia. ¡Hacer un hospital en la Amazonia!: Eso era una utopía, un imposible, pero yo creí. Tuvimos que trasladarlo todo por barco desde Manaos, incluso las vigas para la construcción. Y preguntarnos con cierto miedo, ¿todo esto en qué se va a quedar? Pues no: hace poco me encontré con el aparejador de aquel proyecto y me dijo: Vengo del Amazonas, me puse enfermo y me llevaron al hospital y todo funcionaba muy bien, con una gran coordinación… ¡Y nosotros que temíamos que se lo acabara comiendo la selva! Pues ahí está. Funcionó el triunvirato que montamos, entre el Gobierno, la Alcaldía y las monjas.
P.—¿Por qué crea esa ONG, hoy a pleno rendimiento?
R.—Cuando estaba en el hospital pensé que se le podía entregar los conocimientos, la ilusión, la pasión, el esfuerzo, pero que no podía meter el alma ahí, porque llega un momento que te la fagocitan. Y dije: mi alma no se queda aquí, esa va a otro sitio, a disminuir el sufrimiento ajeno. Aquí ya había cumplido mi misión, ya no hacía demasiada falta. Y decidir en ese momento podía plasmar mis ideas en ese proyecto me hizo completamente poderosa. Podemos porque creemos que podemos.
P.—De la creación de servicios sanitarios salta a ayudar a los niños de la calle en Bolivia.
R.—Tuvimos tres etapas: la primera en la Amazonia brasileña con ese hospital, una segunda etapa, cuando el Huracán Mitch, enviada por el presidente del Gobierno para valorar proyectos y donde tuvimos mucha acción; y una tercera etapa en Bolivia, donde estamos ahora, con los niños de la calle… Llegas con todo tu bagaje y te das cuenta de que los hidrocarburos van por delante de los niños. Están tirados por las calles, aspirando pegamento, explotados, esperando que por la noche lleguen los octogenarios para vender su cuerpo, que es lo único que tienen. Con familias desestructuradas, sin futuro. Con el azote del alcohol, de los malos tratos, los echan de todas partes, se forman pandillas…
P.—¿Y qué puede hacerse?
R.—Pues empezamos a crear centros de acogida, guarderías, centros de formación profesional (de panadería, concretamente). Y hoy tenemos ya seis de esos chicos de la calle en la Universidad. Y queremos hacer más, tenemos mucha prisa. No queremos esperar, no podemos esperar.
Pediatría, de (casi) cero, a cien+
Durante el mandato de la doctora Juana María Román como jefa de Servicio de Pediatría de Son Dureta tuvo lugar la gran transformación del hospital infantil, lo que ella recuerda como “un trabajo intenso pero apasionante”. El hospital infantil incorporó en su área docente la formación MIR y la enfermería pediátrica, se crearon las Unidades de Cuidados Intensivos Pediátricos y Neonatales, se potenció la unidad de neonatología, se puso en marcha el programa de lactancia materna y se creó el Banco de Leche. En ese mismo periodo se dio el desarrollo de las especialidades pediátricas, se creó un hospital de día pediátrico, se desarrolló del plan de urgencias pediátricas, se crearon la unidad de transporte neonatal y la unidad de pacientes semicríticos, En ese mismo periodo se puso en marcha el programa de detección precoz de enfermedades hereditarias y se creó y desarrollo el plan de asma infantil de las Baleares.