Y como de lío se trata, como desde aquí tenemos una especial sensibilidad para pisarlos, como jamás ejercemos de cronistas de saraos que no sean los ajenos, anunciamos desde aquí el nuevo niño de Joan Calafat, la ilusión del editor ante la llegada de la navidad dulce navidad. Hombre de previsión fiestera, organizador de naturaleza alegre, convoca con uve y comboca con be de boca a los elegidos al banquete de su mesa nadalenca. Benditos los llamados para gloria de los olvidados, que todos caben en la convocatoria.
Como hablar de lo que fue se lo dejamos al cronismo del pasado, como eso ya lo verán envidiosos en las imágenes zafias y desgranadas de otro número, adelantamos desde aquí el método de orillear las fotos en las que no saldremos, siempre a tiempo de no estar, ese lugar desde el que es preferible soñar y engalanarse con la previsión en lugar de hacerlo con la propia fiesta. Nadie es más alegre que en la sonrisa de otro.
Explicar que Juan Calafat se inventa invitando, se invita invitando, es conocer el sentido de su invitación y la imposibilidad de rechazarla, aunque no vayas.
Que Joan Calafat llame a fiesta siempre es sinónimo de sí mismo, de su tiempo y de su música para que mientras transcurren seamos capaces de entender, hasta los más zafios, la necesidad de corresponderle.
Lo hacemos porque llevamos tiempo sufriendo las consecuencias de esa trama adolescente eterna suya, sabiendo que no hay seriedad sin descojono.
Ojalá pudiéramos encuadrar al editor en el típico perfil del Carpanta, siempre de fiesta ajena, siempre dejando el recuerdo de la felicidad necesaria que sabe transmitir el que no está vinculado por nada ni por nadie. La alegría que se busca construyendo, la alegría de los demás no necesita ser contada, por eso la crea y la invita.
Hablaríamos de que hay gente que cumple con la expectativa de lo que los demás necesitamos para dibujar las sonrisas que luego el resto fotografían o coleccionan.
Hablaríamos del por qué algunos estamos en el hoy, en el síntoma y en el diagnóstico, mientras otros viven simplemente en el tratamiento, en el después olvidado y maquinado de lo que vendrá, aunque sea en forma de regalo y en sonrisa de recuerdo.
Todavía estoy en aquel, el del primer sarao de hace siglos en un restaurante a medias, agazapado tras la copa que observaba el brindis de Calafat y el rondo de después de abrazos a todos los del cortejo. Y desde ahí, todos, sobre todo los que no fui. No era una forma de cenar, era simplemente una forma de compartir desde el deseo que los demás lo hicieran.
Si hay editores creados para crear, aquí queda uno creado para recrear. Por muchos años. Allí nos vemos.