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Menos mal de virus

Dr. Fco. Javier Alarcón de Alcaraz
Médico-Forense Especialista en Medicina Legal.
@Alarconforense
Mientras esta Tierra sin guerras se defiende de lo que somos, dejamos a la antropología social la grandeza de poder ser testigos y víctimas de este nuevo acontecimiento mundial, poder asistir en primera persona al espectáculo epidemiológico de la lucha del hombre contra el hombre a través de un ser microscópico.

Ésta no es una lucha del hombre contra el virus, es un animal luchando contra otro, es el hombre luchando contra su propia especie con la escusa de un infiltrado microorganismo.

Desde aquí reclamo pronto un contagio en condiciones, poder sacar pecho al bronquio, asumir que este espécimen es ya una víctima sin miedo al nuevo contagio, a la nueva estación de siempre jamás.

Desde aquí reclamo poder cerciorarme de que ninguna de las conductas infantiles de los ciudadanos disfrazados de quirófano que nos atienden a todos por cualquier plaza, aeropuerto o chiringuito de playa, puedan tener la más mínima oportunidad frente al amigo Corona. Te pillará aunque sea rezando.

Por eso no hay nada como decir que eres médico en este estado de sitio. En cuanto sueltas la liebre acercándote a medio centímetro de la boca de la preguntona, se entiende que el virus ya la ha infectado, que el terror a envirarse es peor que padecerlo. Nada entonces como tomar asiento entre el bicho y el miedo, y disfrutar del butacón espectáculo de la incertidumbre de lo que somos. El virus es el Hombre.

Ya era hora de que llegara algo que nos pusiera en nuestro lugar, que se descojonara de la forma de mantener nuestras relaciones personales, de desmontar su narcisa presunción frente al resto de la naturaleza que le ha dado todo, dejando claro que la naturaleza está precisamente dónde más se la espera, en lo más profundo de nuestra debilidad.

Ya era hora de que pudiéramos admirar con estupefacción cuál es el baile de un patógeno en tiempo real, que andábamos hasta los cojones de enfermedades silenciosas y de contagios que ni sienten ni padecen.

Ya era hora de ver cómo se manifiesta ese espíritu replicante a través de las bocas de todos los que no estamos de momento infectados, de cómo viene y va por donde le sale de los pulmones, haciendo ese ejercicio tan nuestro y tan actual de ser la mitad de lo que nos creemos, ser, en definitiva, más peligroso por lo que se dice que por lo que se hace.

Abres el diario y sabes que está en Argentina. Abres el móvil y sabes que acaba de subir a ochenta y cinco mil con trece, como si la bolsa o la vida cotizara ahora a la baja en el mercado continuo del Hombre aterrado.

Sabiendo que este virus es perro ladrador, nos felicitamos de poder asistir al Gran Hermano de su periplo, saber con quién se acuesta y con quién se levanta, recordar mientras husmeamos sus pasos aquella lejana profecía del mítico letrado Rafael Perera en la que sentenciaba que “la próxima reencarnación de Luzbel sería en un terminal telemático”.

Hoy por fin sabemos que el demonio no era el virus que viene, ni tan siquiera el terminal del Apple. Hoy sabemos que el demonio somos tú y yo.

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