Dentro de unas pocas semanas, en menos tiempo del que pueda parecer, se reanudará la actividad lectiva en escuelas e institutos. La siempre esperada ‘vuelta al cole’ es uno de los puntos de inflexión del año, de los que marcan las fronteras entre las diversas etapas que componen los 365 días de cada anualidad. Y si en circunstancias normales, esto es así, mucha mayor dimensión adquiere la importancia del inicio del curso escolar en este atípico, y también aciago, 2020.
Estamos en el año del coronavirus. Aquí, en esta tierra, y en todas las regiones y países del mundo, aunque con diferentes grados de afectación. Y en este contexto, la reanudación de las clases presenciales en los entornos académicos brindará, posiblemente, una pista definitiva para saber hacia qué escenario concreto nos dirigimos: si a un escenario en la que la Covid-19 será capaz todavía de condicionar las actividades humanas de cualquier índole, y, por supuesto, también las formativas; o a otra coyuntura en la que esa ‘nueva normalidad’ de la que se habló en su momento se impone en toda su dimensión y permite que podamos convivir con el virus con una cierta y relativa normalidad. Los representantes educativos han optado por recuperar la modalidad presencial de las clases, al menos en un porcentaje destacado y siempre que la evolución del virus no haga imposible esta opción y obligue a centrar la acción académica en los procedimientos telemáticos. Ciertamente, esta decisión, enérgicamente contestada desde determinados sectores, acarrea sus riesgos. Sin embargo, mientras las cifras de la Covid no se disparen hasta límites insostenibles, parece adecuado afirmar que la mejor manera de que los niños y niñas, y también jóvenes y adolescentes, reanuden su contacto con el medio educativo, es, precisamente, el formato presencial. Aunque, sin duda alguna, habrá que potenciar la contribución de los sistemas virtuales en el ámbito de la enseñanza, y aceptando que esta es, posiblemente, una de las lecciones que nos han legado los meses en los que imperó el estado de alarma, no es menos verdad que apostar únicamente por esta fórmula generaría un nada desdeñable agravio comparativo entre los alumnos en función de la situación económica y el poder adquisitivo de sus familias. La informática es costosa, y basar en ella la totalidad del protocolo docente crearía desigualdades que son radicalmente contrarias a la filosofía que debe anidar tras cualquier sistema educativo.
Por otra parte, los datos avalan que el porcentaje de contagios entre los niños es menos significativo en comparación a la población adulta. Aunque el comportamiento de los virus, y sobre todo de un virus tan desconocido como la Covid-19, resulta hasta cierto punto imprevisible, hasta el momento la enfermedad se ha mostrado poco expansiva en el caso de los colectivos en edad pediátrica y, además, con una carga de letalidad claramente inferior a la que muestran otros sectores demográficos. Falta un tercer elemento por añadir a esta ecuación, y es la del personal docente. También estos trabajadores deberán afrontar muy directamente el riesgo de regresar a su puesto laboral sin que el control y la curación del coronavirus se hayan hecho efectivos. Tanto para estos profesionales (maestros, administrativos, y cualquier persona que lleve a cabo su actividad laboral en el entorno académico) como para los alumnos, la administración ha de garantizar el cumplimiento de todas las directrices y medidas englobadas dentro del protocolo sanitario de la Covid-19.
Ciertamente, esto exige, entre otros requisitos, asegurar la distancia de seguridad entre todas las personas (menores y adultos) que comparten un mismo espacio físico en una aula, tal como están poniendo de manifiesto de forma insistente las entidades sindicales. Desde este punto de vista, si nos circunscribimos a Balears, el Govern, a través de la Conselleria de Educación, ha de tranquilizar a la comunidad escolar, a los profesionales y a las familias, ratificando que, en efecto, se dispondrán las actuaciones oportunas para que en todos los colegios e institutos se pueda hacer uso de las dependencias necesarias con el fin de no superar los aforos autorizados.
Teniendo en cuenta todos estos aspectos, y algunos otros que podríamos sacar a colación, cabrá concluir que la reanudación de las clases presenciales es oportuna y necesaria. Como también lo es tener muy claro que ya nada será como antes, al menos hasta que se disponga de una vacuna y un tratamiento efectivo frente al virus, y que, en consecuencia, esta ‘nueva normalidad’ también afecta, y en una medida, además, muy destacada, a las aulas y, en definitiva, a la experiencia académica.