El curso escolar 2020-2021 pasará a la historia por ser, posiblemente, el más atípico de la historia docente. Mascarillas, distancias de seguridad, depósitos de gel desinfectante distribuidos estratégicamente en todo el entorno escolar, aulas con aforos limitados, ausencia de las expresiones afectivas a las que tan aficionados son, generalmente, los niños y niñas, y, escenario semipresencial en una parte de la oferta lectiva.
Sin duda, la coyuntura es atípica. Pero también, y conviene que no lo perdamos de vista en ningún momento, necesaria. En primer lugar, porque la Covid-19 sigue ahí, amenazante, y ésta es una realidad que, a la luz de los datos que se van publicando, no se puede soslayar. Es más, la evolución de los contagios no invita ahora mismo al optimismo, contrariamente al ambiente más esperanzador que se respiraba a principios y mediados de verano, cuando la curva parecía casi doblegada.
Por otra parte, este contexto inusual es un mal inevitable en una sociedad que, tras la promulgación del estado de alarma, el 14 de marzo de este año, asistió a la interrupción indefinida de buena parte de sus actividades, entre ellas la docente, cuya importancia para el desarrollo presente y futuro de las comunidades resulta del todo incuestionable. Y, en tercer lugar, porque promover exclusivamente la educación online significa, en buena medida, condenar a una parte del alumnado a un cierto nivel de ostracismo que de ninguna manera puede consentirse. Aceptémoslo: todavía no estamos preparados al cien por cien para acoger una educación cien por cien telemática. Y no lo estaremos hasta que este procedimiento de aprendizaje, que, como cualquier otro, tiene sus ventajas y sus inconvenientes, no se halle al alcance de la totalidad de estudiantes, independientemente del poder adquisitivo y el nivel económico de sus familias.
Hoy por hoy, estamos todavía lejos de esta situación, y hay que tenerlo muy presente si estamos todos de acuerdo en que el derecho a la educación ha de ser igual para todos los alumnos, sin que la imposibilidad de adquirir determinados materiales tecnológicos constituya un impedimento. Sí, las clases tenían que empezar. Más allá de la incertidumbre que, lógicamente, genera la actual situación, el inicio del curso era un objetivo irrenunciable. A partir de aquí, habrá que estar atentos a la evolución de los acontecimientos.