Esta va a ser una Navidad muy diferente a cualquier otra que recordemos, se mire por donde se mire. La cuestión estriba en saber hasta qué punto va a ser diferente. La respuesta depende, básicamente, del sentido de la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros.
Bien podríamos afirmar que cuanto más diferente hagamos esta Navidad, mejor nos irá, porque, a pesar de los anuncios sobre posibles vacunas, a pesar de que las últimas cifras de la evolución de la Covid 19 en España apuntan a una cierta estabilización, cuando no a un tímido descenso, y a pesar de que algunos ya comienzan a predicar, con excesivo atrevimiento, que empieza a vislumbrarse una tenue luz al fondo del túnel, la realidad pura y dura es que la pandemia sigue estando ahí, acechando peligrosamente y poniendo en peligro nuestras vidas.
Es precisamente por este motivo que esta Navidad de 2020 ha de ser muy pero que muy diferente, no solo un poco diferente ni medianamente diferente. No. La palabra clave es el superlativo ‘muy’, y eso implica que, más allá de la permisividad que las Administraciones hayan decidido conceder a las restricciones sobre movilidad y reuniones sociales, cada uno de nosotros ha de ser consciente de que esas limitaciones constituyen un techo, pero en ningún caso una meta forzosamente deseable.
Centrémonos en el caso de las comidas, cenas y encuentros tradicionales de las fechas navideñas. Al final, el Gobierno ha abierto un poco la mano y permitirá que hasta diez personas puedan reunirse en torno a una mesa para cantar villancicos, entregarse regalos y degustar una buena comida. Sin embargo, la pregunta que realmente deberíamos formularnos es si realmente es necesario e imprescindible llegar a esa cifra de diez comensales o diez miembros de una misma familia, o de allegados, por utilizar la expresión, no suficientemente concretada, de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo.
Si echamos una ojeada a los datos facilitados por el Ministerio de Sanidad nos daremos cuenta de que cuantas menos personas nos reunamos en estos días, cuanto más restrictivas sean nuestras decisiones en cuanto a movilidad y hábitos, más contribuiremos a aplanar la curva de los contagios. Algunos se aferrarán, seguramente, a la tendencia ligeramente a la baja de los contagios en España, estos últimos días. Ahora bien, tomando como referencia las cifras del pasado viernes 4 de diciembre, el recuento diario de defunciones se elevó ese día a 214 muertes en el conjunto del país, según la notificación de decesos confirmados por las Comunidades Autónomas a Sanidad. Ciertamente, es un dato menor que los de jornadas precedentes, pero, si nos detenemos a valorar la rotundidad de este guarismo más allá de la frialdad de la estadística, resulta que es como si un avión cargado de pasajeros y tripulantes se hubiera estrellado y todos los ocupantes de la aeronave hubieran muerto. Y eso ocurre en España un día, y otro, y otro más.
Ante este contexto, la única alternativa lógica es la contención. Si no queremos que a partir de la segunda o tercera semana de enero de 2021 los contagios y las muertes vuelvan a dispararse sin remisión, es necesario que estas Navidades no tengan nada que ver con cualquier otra Navidad que recordemos. Depende de nosotros. Hagámoslo posible.