Es perverso y no nos lo merecemos que un Gobierno mitómano siga ignorando y no reconociendo los más de 70.000 españoles muertos por esta pandemia que nos asola y nos roba nuestra cotidianidad. Estamos atrapados en la covidianidad, a la espera de la gran esperanza de la vacuna. Vivir sin estar vacunados es un gran riesgo para uno y para los demás. Ojalá se pudiera vacunar la estupidez, la mentira, el narcisismo ombligópata de los pseudolíderes que transitoriamente ocupan el poder. Hay que tener cuajo, una vertiente psicopática de padre y señor y mío y cemento portland en la jeta para camuflar 22.000 muertos, con nombre y apellidos. Hay que ser un negacionista full time para escamotear a las 22.000 familias dolientes, el desenlace de los decesos de sus parientes por covid 19.
Hay que ser muy Zapatero para seguir negando la evidencia y tantas lápidas. Hace falta tener una atrofia frontal muy acusada para mentir compulsivamente y para humillar una y otra vez a la ciudadanía. Aproximadamente un tercio de esos muertos son ancianos, muchos de ellos residentes en las residencias, supuestamente bajo la responsabilidad política de un personaje siniestro, sectario, incompetente, mediocre e imprudente como el señor Iglesias, a la sazón, vicepresidente por la gracia de su Sanchidad y su Ivanidad. Van de sobrados y arrollan con todo y a todos. Y para más inri y escarnio, en este contexto de viejos muertos en la soledad, porque eso es la muerte por Covid hoy, este Gobierno instalado en la prepotencia, acaba de aprobar, con carácter urgente, la ley de la mal llamada eutanasia y el suicidio asistido. Una ley que no demanda la sociedad y que en una gran proporción la rechaza. Sin deliberación y reflexión previa, sin tener en cuenta al colectivo médico, al Comité de bioética y sobre todo con sin haber desarrollado en su totalidad los Cuidados Paliativos ni la ley de Dependencia.
Hay que eliminar el sufrimiento físico, psicológico, la soledad, le desesperanza, hay que apoyar a las familias y no “cargarse” al enfermo que sufre. En esta huida hacia delante, han parido una ley, mejor dicho, han dado a luz un engendro, que además incluye a la discapacidad psicológica como objeto de posible eutanasia. Es esquizofrénico, han muerto alrededor de 27.000 ancianos, muchos de ellos solos, dependientes y sin ser atendidos como se merecía su vulnerabiliad y su fragilidad y ahora legislan una ley eutanásica, en vez de generar una de red de recursos psicosociales y espirituales que posibiliten una atención digna en el final de su biografía, ya que la vida no se acaba.
La atención a los enfermos y más a los más ancianos se enfocan en el abordaje bio-psico-social, esa es la obligación del estado, pero en vez de priorizar y adaptarse a este principio, ponen en marcha una ley que se centra en la muerte. Una cosa es la curabilidad y otra es la cuidabilidad. A los médicos no nos queda otra, que la objeción, porque una cosa es la ciencia y otra la conciencia. Desde esa posición relativista es descorazonador oír, desde la estupidez y el surf y la levedad intelectual y ética, el relato de algunos pseudolíderes, de “que hemos progresado en la empatía”. Muy fácil, que sean ellos, que sean ellos los que administren la dosis letal a padres e hij@s. Para poner dos inyecciones no hace falta un sanitario y además aquellos familiares, que asuman la responsabilidad, seguro que les ayudara a resolver su duelo. Sublime. El que el certificado, que deberá firmar el médico, es por muerte natural. Encima de perversos, obscenos y subhumanos. Ante el gran rechazo de esta ley en el colectivo médico de la sanidad pública, auguro muchos chiringuitos y franquicias extranjeras, que negociaran con la muerte. Por cierto, ya han muerto 82 médicos por Covid y el impresentable Gobierno central se niega a reconocerlo como enfermedad profesional y al colectivo médico como profesión de riesgo. Ya saben en derrota transitoria pero nunca en doma. Feliz Navidad.