Hace tiempo de lo nuestro, hace días de mi relación con Maria Antonia Font, los suficientes como para que -bloqueándome en twitter- los dos hallamos descubierto lo cerca que estamos de los juzgados. Hace años que -ya a primeras de cambio- advertimos que algo no estaba a la pretendida altura de un cargo que tampoco implicaba grandes problemas de gestión. Un chiringuito de cinco o seis, con cuatro asuntos por legislatura, un espacio mínimo de cuatro técnicos que -habiéndose venido arriba cual simones- han terminado siendo coartada técnica de su desastrosa gestión, un botonismo político, sacarino y descafeinado, desde el que menear el rabo en la dirección adecuada a patriciamiamor no fuera cosa que se detectara pronto la incompetencia. Y llegó, no ya la imputación, que también, llegó la palmaria demostración de que no había corpus en la directora al nivel que se exigía en conocimiento, gestión y valor para la ocasión. Llegó con los ciento y pico afectados de la salmonelosis en aquel japonés, con tropiezos, incomparecencias y pocos y bajos reflejos. Siguió con la listeriosis y mismo perfil del tarde mal y nunca, y ya empezamos a advertirle un tufillo judicial que tarde o temprano terminaría por definirla. La cosa se disipó cuando fue capaz de relacionar técnicamente los masivos, tristes y descontrolados contagios del personal durante el confinamiento con la falta de conocimiento para ponerse el mandil, culpar a los expuestos, a los demacrados de tanto aplauso a las ocho, de no tener puta idea de ponerse y quitarse un Epi. Sólo por eso merece la calle, el paso de cebra que acabe justo frente a la musculación del Primo.
Lejos de ver esa sensibilidad asimétrica de una enfermera que no llegó a endurecer los dientes, a una trastocada responsable de residencia por mor del socialismo y a la inutilidad de mucho más para acceder por esos mismos méritos hasta donde todavía se la mantiene, entendimos que la alfombra de la querella estaba puesta, que el camino de vía Alemania estaba ya recién escrito en su vía crucis.
Las fiestas familiares de sus hijos que la directora permitió en su casa -según lo publicado- infringiendo las propias normas epidemiológicas que firmaba, han terminado siendo distintas a las de los secuestros covid, a la temeraria y temorosa retención hotelera de trescientas almas, sin individualizar los casos, sin demostrar cada uno de los cuadros, sin aislar detenidamente a los integrantes y sin trazabilidad alguna que los relacionara. La libertad no se toca, se acaricia desde la legalidad.
No es hacer lo que se tenía que hacer, GYNa, es hacerlo legalmente, un ejercicio que requería trabajar, gestionar y sobre todo estar formado, el matiz eterno que adorna hoy la imputación. Ni directora, ni general, ni saludable para la libertad ni, sobre todo, apta para su público. Nos vemos.