Los países están priorizando su propio abastecimiento para inmunizar a su población. Estamos asistiendo a un nacionalismo vacunal que ha supuesto que las dosis comprometidas para la iniciativa Covax hayan quedado desplazadas y la capacidad de adquisición de Covax para dar respuesta a los 94 países de menos ingresos ha quedado limitada. La iniciativa COVAX ha sido un pequeño (o gran) fracasó. Y mientras tanto, ya vamos por las terceras dosis y a punto de aprobar la vacuna para menores de 12 años.
Tenemos un 80% de la población vacunada en España, un poco menos en Baleares. Y mientras tanto en Bangladesh, solo un 15% tiene al menos una dosis, un 5% en Kenya, un poco las de un 2% en Nigeria o un 0,57% en Tanzania. Estas diferencias no se deben a una mejores o peores estrategias en sus planes de vacunación sino al nacionalismo vacunal, que acumula dosis en países con altos recursos mientras abandona a otros a su suerte. Y esta estrategia es equivocada.
No deja de sorprendernos que hayamos aceptado con tanta facilidad que la distribución de las vacunas dentro de los países se haga en base a criterios de riesgo (por edad, por enfermedades…), pero que la distribución entre los países haya dependido de la capacidad económica de cada país. El nacionalismo vacunal puede provocar que, mientras los países de rentas altas controlan la epidemia, en otros países la transmisión se mantenga alta, aumentando las posibilidades de mutaciones y variantes, y que éstas terminen llegando otra vez a países de rentas alta. Este nacionalismo vacunal además puede tener consecuencias económicas directas sobre las economías de los países de renta alta; la descentralización de la producción hacia países de rentas bajas, coincidiendo con una epidemia descontrolada en estos territorios, podría provocar una crisis de productos en los países de renta alta.
Enviemos vacunas y recursos para los países con porcentajes bajos de vacunación y planteémonos estrategias claras y basadas en la evidencia en países como España. Lo necesitamos.