No es fácil que desaparezca de repente el protagonista de estas columnas de amor. No resulta sencillo que tu enamorado en la escena se esfume por no saber firmar, por no saber lo que firmaba, por coger la pluma en una sola dirección. El amor a veces te conduce a no saber, te lleva a hacer las cosas del firmoteo siempre a favor y en dirección de la familia. Hijos de presidentes de Parlamento, hijas, yernos y colocados en general. En fin, parece que firmar se ha convertido en un especie de beso de tornillo.
Cuando construyes tu casa de letras con la presencia de los protagonistas que se han ganado a pulso su papel, cuando escribes letra a letra, y el amor entre un hombre y una mujer se trastoca en el amor esbirro entre una consellera y un director general, cuando te reconoces en cada una de las firmas electrónicas de nuestro BOIB con su nombre, entonces entiendes el drama que está sucediendo. Estás quedándote huérfano.
Lo que hubiera querido escribir de Juli Fuster se escapa de la dimensión de esta columna, por eso tuve que decírselo a él personalmente el último día (quizá también fuera el primero) en que coincidimos. Eran fechas recientes y embargados de emoción. Como los caballeros no tienen memoria, y los caballeros como Juli Fuster son capaces de entender y de vivir la vida y la política de la forma en la que lo ha hecho, quede por escrito el trato de honor que dio siempre a mi Joan Calafat, y que eso jamás lo olvidaré.
No me equivoco si afirmo que ha hecho el trabajo que ha estado a su alcance, que ha hecho un trabajo a la altura de un buen gestor, pero tampoco lo hago si digo que su buen corazón, la inercia del trabajo, mucha de la gente de la que se ha rodeado estos años, y la miseria y la incapacidad de muchos de ellos, han precipitado algo de lo que le advertimos en tiempo real. Lamentar la crónica de una dimisión anunciada con tristeza es dejar constancia de que te lo anticipé, Juli.
Que ocurriera lo ocurrido ha sido algo lógico en un lugar en el que ni él ha cesado a nadie ni -sobre todo- nadie ha tenido la decencia de dimitir. La pena de su despedida ha sido advertir que ha hecho como si no nos hubiera leído, reconocer que Patriciayasinamores no ha entendido cuál era su papel en todo este desastre. El amor también se rubrica en los trazos de la mentira.
En nuestra descarga lamento profundamente que ni el uno ni la otra se dieran por aludidos en estas columnas, es lo que tiene el sectarismo político. Para gente que no sabía nada, para un todo un govern balear que dice que se enteró de la movida la semana anterior a la sentencia, deben saber ambos esposos que desde el año 2017 se le viene advirtiendo de que lo que firmaba en el BOIB le llevaría al cese (columnas de (oct/21, nov/21, en/22, mar/22 etc etc), y en el peor de los casos a los tribunales. Conformada una cosa, no estemos tan seguros de que no ocurra la siguiente.
Resulta curioso que él, que Juli Fuster, que debería haber cesado a una treintena de personas durante de gestión de forma fulminante (vacunantes/ vacunados, prevaricadores, tribunales opositores ad hoc, desmentidos, desfirmados permanentes en el BOIB, incapaces técnicamente como el entonces director de recursos humanos de esa casa, Biel Lladó) esté dando de comer a las gallinas en Santanyí, mientras aquí y para gloria de esta columna sigan colocados en sus puestos todos los anteriores.
Pensar en el hecho paranormal de que fuera su mujer la que tuviera que cesarlo, es dejar constancia del error de nombrar a dos cargos ejecutivos de ese nivel siendo pareja, la disonancia de que dos personas que recién levantados y con los pijamas puestos despacharan la mitad del presupuesto de esta comunidad autónoma. Se lo dijimos y tampoco quisieron entenderlo.
Todo lo demás ha sido la consecuencia de ese pecado original, un incesto que -siendo él de lo más acertado de esa consellería- le ha llevado a un adiós que no hubiéramos querido para nuestra firma.
Mientas felicito a mi apuesta acertada, Manuel Palomino, te deseo, Juli, larga y feliz vida hasta tu nueva colocación. Un abrazo.