Por otra parte, estamos asistiendo a una progresiva psicologización, medicalización y psiquiatrización del malestar emocional, de la frustración intrínseca a la naturaleza humana y a la vida. Pronto se nos olvida que en la vida hemos venido a aprender y a aguantar. Es decir se ha producido una deslocalización en la relación médico-paciente. Este factor y no otros, son los que realmente alteran la relación médico paciente. Actualmente es urgente reflexionar sobre la relación triangular médico-pantalla del ordenador y paciente usuario. Hoy más que nunca hay que seguir mirando a los ojos de nuestros pacientes.
La silla y el tiempo sigue siendo un elemento imprescindible en la consulta médica, ya que posibilitan la escucha activa, clave en la alianza terapéutica y en el efecto placebo. No somos inmunes al dolor y somos vulnerables, tenemos que tolerar y adaptarnos a la impotencia de no poder curar, a la incomodidad de no saber que responder y a empatizar con el contexto de vulnerabilidad, fragilidad e indefensión que conforman el contexto de nuestras de nuestras consultas. Cuanto podemos aprender de nuestros pacientes. Médicos y pacientes somos humanos y nadie nos va a curar de serlo. Muchas veces no sabemos lidiar con muchos conflictos y hay situaciones que nos desbordan y nos vienen grandes. Nadie da lo que no tiene, esa es la más grave consecuencia del desgaste profesional o del galopante burnout. Los médicos tenemos que admitir que no lo sabemos todo y que tenemos que renunciar a esa autoexigencia tóxica que nos lo impone. Solo desde la humildad del “no saber “, que posibilita el aprender, se puede encarar el ejercicio de ser y actuar como médico. El principal enemigo es nuestra omnipotencia y la sobreactuación desde un disfraz de pseudoseguridad con el que nos defendemos de nuestro dolor y malestar emocional.
Pero es bueno recordar que ante la tiranía de la vulnerabilidad se alza la esperanza de la resiliencia y de la compasión. Ya saben en derrota transitoria, pero nunca en doma.