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Vivir es con-vivir, cuidándonos

Miguel Lázaro
Psiquiatra HUSE
Coordinador del Centro de Atención Integral de la Depresión
La responsabilidad afectiva es saber que los vínculos que construimos con otras personas e implica comprometerse a cuidarlos. Cuidar es cuidarse. Hay pequeños grandes milagros que ocurren mientras lamentamos la enfermedad de nuestros seres más queridos. En ocasiones, la óptica de nuestras gafas se empaña de miedo, compasión, incertidumbre y sensación de pérdida de nuestra zona de confort. Tenemos desdibujadas nuestras coordenadas y las del enfermo porque implican muchos cambios en la gestión de nuestras emociones y de nuestra propia vida: me descubro el egoísmo ególatra que se muestra contrariado porque no puede hacer vacaciones, enfoca la insatisfacción por los múltiples sinsabores que la enfermedad lleva implícitos. Requerimos urgentemente adaptarnos a otra realidad que se antoja inabarcable. Hay dentro de nosotros una sensación de duelo, de pérdida de libertad y autonomía frustrante. En nuestro vagón de tren entran los recuerdos, nuestros inseparables aliados. Nos descubrimos evocando tiempos mejores, anhelando “que el mundo se detenga, que me bajo de la noria” y por otro lado proyectamos el miedo hacia lo que nos deparará el futuro. La máxima de “vive el hoy y ahora“ la conocemos sobradamente pero hay algo en nuestra esencia que la reniega. ¿Qué motivos podríamos aducir para mortificarnos y de paso perjudicarnos en nuestra nueva realidad? Yo reivindico la figura del cuidador porque todos, a lo largo de este circo de tres pistas que es nuestra vida, pasaremos por momentos de crisis, pérdida de autonomía, reajustes emocionales… y de nosotros depende que podamos mantenernos a flote y asumirlo o ahogarnos en antidepresivos. Una de las mejores reflexiones que me ayudan a asumir los cambios a mi alrededor me han ayudado a cambiar la óptica de mi vida: “Sólo pido tener la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las que puedo y la sabiduría para reconocer la diferencia”. Es verdad, en la medida que aceptamos y asumimos nuestra nueva realidad podremos volver a disfrutar de nuestros seres queridos en la cama del hospital o en nuestra propia casa. Nunca “todo pasado fue mejor”. Tenemos la oportunidad de descubrir que a pesar de todas estas limitaciones, pérdida de confort, autonomía y alta vulnerabilidad con pronóstico de empeoramiento, podemos disfrutar de otra etapa de la vida de nuestros mayores. El tiempo y la disponibilidad se convierten en nuestros aliados y el cronómetro se para, y si lo aceptamos, nuestra mano acompaña, consuela, y se muestra disponible. Nos enseña el valor de la presencia, de los silencios, de las miradas cómplices, del “estoy aquí para lo que necesites”, “no te preocupes”, “te entiendo“. Y para los mensajes de cariño desde niños sabemos que no necesitamos palabras, tampoco dinero, sólo tiempo, nuestro gran amigo. Busco en las estanterías del recuerdo y en las miradas que nos dirigimos se almacenan escenas y vivencias plenas, se revisten de ternura y compenetración. Quizás hoy y ahora es un regalo tener la fortuna de cuidar a quien te ha cuidado. Y me asombro bromeando sobre que “para mí no hay síndrome del nido vacío“ y que es un honor tener padres que son “mis niños“. Una sociedad con valores siempre tendrá un lugar para los abuelos. No releguemos a lo anecdótico historias cargadas de entrega, trabajo, superación y responsabilidad mezcladas con tiempo para el hogar y donde se gestan nuestros primeros recuerdos. Ya sabéis en derrota transitoria pero nunca en doma.

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