Sanchina en Tailandia

Mientras leemos en la prensa -todavía adecuadamente engrasada por el dinero público de Francina- sobre los retrasos inesperados en la asistencia a los pacientes en las urgencias del hospital Son Llàtzer, atendemos lo urgente de nuestra paciente preferida, la violencia asiática llegada al purito centro de Madrid. La lejana Sanchina, nuestra peor ArmenGOL, ha llegado a la presidencia del Congreso (Tailandés). La llamaríamos rubiales, pero alguien lo confundiría con un beso.

La felicitaríamos desde aquí si hubiera aprendido sobre lo que eso significa, sobre el neutro papel del presidente de nuestra principal Cámara. Como no ha entendido la lengua que la obliga a ser neutral, la leíamos la otra mañana con esas ínfulas de señorita venida a más llamando poco menos que “filipina” a uno de los grandes políticos que ha tenido esta Comunidad, Félix Pons. Cuando GYNa se compara con Pons, cuando dice que “le gustaría que estuviera aquí para poder ayudarla” me da que no ha entendido que sería ella la que iría a fregar donde Pons, un político de verdad que no hubiera aceptado ser la chacha que limpia la sangre del crimen perpetrado. Félix Pons en la boca de ArmenGOL suena a degüello histórico, a señorío desmembrado. Un hombre que expulsa de la cámara a etarras frente a una mujer que te permite prometer por Snoopy. Lo mismito, vamos.

Hubiéramos felicitado a la Presidenta sino fuera porque empieza ya con lo suyo, con el activismo cutre y desmembrador de un nombramiento para el que no sólo es la mejor impostora, para el que es la única con la vergüenza insuficiente. Si el presidente del congreso es protagonista de algo, es que estamos muy jodidos.

Si no fuera Médico-Forense me recordaría incluso a mí en ese papel. Hablo de aquella vez en la que me propusieron ser director de una televisión autonómica para desmembrarla, para extinguirla, para enterrarla en la cal viva de lo que había sido un ataúd de colocación flotando en el putrílago de la manipulación informativa. La boca siempre tiene un “no” para una liquidación.
Pero a veces pasa. Alguien te nombra sicario para que destruyas el plató, alguien te designa para que tu contribución sea dar voz a los que corean la defunción de una España donde el principal problema es que pagan 3 y viven 14 más 2. Cuando nos enteramos de que su primera medida era subirse el sueldo (cobrando ya 15.317 euros al mes) entendimos rápidamente que iba a necesitar una nutrida colección de cuchillos, toda una entente de hojas incisas para ir perfilando el camino de Sánchez hasta el podado perfecto constitucional que diera sitio y encaje al olor que producen los detritos con el paso de las semanas. La lengua es la canoa para ir sumergiendo las partes del cadáver.

Hablar de la lengua así de temprano -cuando en el mismo sintagma nominal está el de Sanchina- es simplemente conocer que esa es la trama para la zapa, para distraer, para hablando gallego liquidar lo poco que queda a cambio de nada. La coartada lingüística de GYNa es la reincidencia nocturna a escaparse para libar la verdadera razón de su presencia: permite hablar otras lenguas porque no es capaz de hablar la que está obligada a defender.

Hablaríamos también de la tristeza que nos produce su nombramiento, digo sino fuera porque es probablemente el lugar más inútil, menos operativo de la escena teatral española, un lugar debidamente adecuado para vivir de la renta del enjuague del cadáver dispuesto a desmembrar. Su inutilidad nos reconforta.

Sobre la coartada, el móvil y los fenómenos cadavéricos hablaremos otro día, ahora que ya que sabemos que las armas las compró unos años antes en el super balear desde la que se la condenó al destierro electoral, eso llamado “pacto a la baleá” y en el que cabe hasta ella. Volveríamos a hablar del desastre en la gestión de las urgencias del Hospital Son Llàtzer de estos días, pero nosotros también estamos afilando las armas. Tailandia acaba de regresar.