Sirva como antecedente clínico de lo que aquí se diga que el título no tiene nada que ver con la caída en desgracia de los que una vez cesados jamás tuvieron más risa ni más luz que la de los demás. Sirva decirle por ejemplo a ese exsecretario general grisáceo y desconsolado que apostó al órdago de ser imprescindible, Mr. Tomeu Alcover, que el término impresentable tiene el mismo número de sílabas. Sirva decir antes de hablar de los disminuidos, de los rebajados y de los limados hasta la altura de sí mismos, que lo que apuntábamos en la dirección de su rector directo en nuestra columna del otro día no era una predicción sino una forma de dar por iniciado un proceso que todavía no ha terminado, que la cuesta continúa hacia abajo su irremediable camino y que a cada uno le tocará recorrer la parte proporcional que merece. Como consuelo, decirle al que le toque que la cuesta, como recurso humano, siempre puede bajarse rodando.
Esta revista por ejemplo, ilustra a un Miguel Tomás, creo que director general de algo, que tiene de real lo mismo que de Real. No cae más allá de las cuestas por el esfuerzo que se necesitaría para caer sobre ellas, por la gravedad que tienen siempre los acontecimientos que tienden al aplomo. Sorprende que en el sarao de este baile de elefantes muertos, la oposición dispare sobre el conseller Sansaloni y no contra la Corina de cámara que simplemente por su omisión “in vigilando” debería haberse confundido en paquidermo. De ahí que queden chismes suficientes como para poder recibir con esperanza a la nueva secretaria general, Juana María Juan, a la que apuntamos en la dirección contraria a la baja porque aquí siempre sonreímos a las aliteraciones.
Aclarado el tema, corono recordando que no hace muchos años, cuando vivíamos en esa crisis ficticia a la que nos dio por llamar abundancia y estado del bienestar, se hablaba de Enero y de su cuesta como algo imposible de sobrepasar. Viene la cuesta de Enero, nos decían, y llegaba de repente una cuesta real, una rampa hacia arriba y hacia abajo que nos dejaba en el lugar que merecía nuestra desproporción. No necesitamos ser infantes de este reino de lo superfluo para darnos cuenta de que esa cuesta -que es más bien un desnivel- tiene un punto de salud, un punto sobre todo de saludable, y que toda esta emoción de vivir su paseo en cada uno de sus pasos, en cada una de sus zancadas, no podía obviarse desde aquí. Leo con preocupación que todos nuestros especialistas en la enfermedad humana enmudecen mientras sucede ese slalom frío y de puertas para adentro, que ninguno habla del descenso de la infanta Cristina, y que lo que debiera enfocarse como una enfermedad ha terminado quedándose en una propedéutica de portería, en una sesión clínica del chisme metastatizando en la la caspa más epidérmica. Os lo digo a vosotros mismos, que pidiendo esa igualdad por fin demostrada en la figura de su alteza principal, os aplicaremos el tratamiento de máxima igualdad que reclamáis a voces y a golpes contra ella. Y lo haremos citando a los mismos medios, a los trescientos acreditados periodistas metidos a periodoncistas, para que filmen e inmortalicen la escena de cuando detengan a vuestro padre por delito fiscal o a vuestro hermano por violencia de género. Eso será finalmente la igualdad.
Mientras tanto no hablaremos del tema de moda aunque sea un tema netamente de higiene, un tema sanitario del primer nivel, un tema de cirugía institucional, de cardiología monetaria, de radiología dinástica. La fase terminal es conocer que el origen de esa enfermedad llamada imputación es culpa de una voracidad celular que busca acaparar y fagocitar hasta hacerse sistémica, hasta llegar más allá del propio cuerpo y de sus necesidades más básicas. Que te imputen por querer tener más es simplemente una forma de que te quiten todo. Aver si al final para entrar en el Ib-Salut vamos a necesitar una rampa.