JAVIER CORTÉS (*) / Un poco de historia. Un individuo que ejercía como médico e investigador, Andrew Wakefield, envió en 1998 a The Lancet – una de las revistas punteras de la literatura médica – un artículo en el que parecía demostrarse una asociación significativa entre vacunación triple vírica (sarampión, rubeola, paperas) y desarrollo posterior de autismo. Las combativas tropas alternativas lo acogieron con júbilo y se lanzaron a una furiosa campaña anti-vacunación, que obtuvo gran repercusión. Lo que no la obtuvo similar fue lo que ocurrió después. Algunos investigadores intentaron reproducir sin éxito el trabajo de Wakefield y sus conclusiones, un hecho preocupante: lo primero exigible a una investigación es que los datos que aporte como conclusiones sean reproducibles. Mal asunto. Tiempo después y a raíz de datos muy alarmantes aportados por el Consejo Médico General del Reino Unido, el Comité Editorial de The Lancet decidió abrir una investigación y re-evaluar el artículo. Concluyó en 2010 que la metodología del trabajo era claramente insatisfactoria, que los datos estaban o inventados o manipulados y que en consecuencia las conclusiones eran falsas y no debían ser tomadas en consideración: no se debía relacionar causalmente el antecedente de haber recibido la vacuna triple vírica con el desarrollo posterior de autismo. Además en una decisión sin precedentes y que no se ha repetido, pedía excusas por haber publicado semejante basura, la daba por no publicada y la borraba de sus archivos. A Andrew Wakefield en mayo de 2010 se le canceló la licencia para ejercer la medicina en el Reino Unido y fue expulsado de la Asociación Médica Británica. Una joya el señor Wakefield.
Pero el impacto del delirio persecutorio anti-vacunas fue y aún es brutal. Las tasas de vacunación infantil en el Reino Unido y en ciertas áreas de los Estados Unidos no se han recuperado y brotes continuos de sarampión penalizan la Salud Pública de estos países y, periódicamente, la de otras Naciones. Ahora mismo, un brote de sarampión de nivel epidémico está asolando a la comunidad ultra ortodoxa judía de Brooklyn, Nueva York, USA, obligando al alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, a declarar estado de emergencia sanitaria y, consecuentemente, a imponer por decreto la vacunación frente al sarampión en el barrio de Williamburg, residencia mayoritaria de la comunidad citada.
Construir una cultura preventiva a partir de largos, costosos y cuidadosos programas de investigación, muy controlados por las Agencias Reguladoras, es complicado. Equipos multidisciplinares, multinacionales, trabajando juntos, con el máximo rigor y control, en un esfuerzo continuado que muchas veces no llega al buen puerto del final satisfactorio, ya que solamente una de cada diez vacunas que inicia el camino investigador llega al final, llega a la aplicación médica, al haber superado con éxito contrastado todo el proceso. Las demás – nueve de cada diez – se quedan por el camino investigador al no ir superando las exigencias altas del proceso. Destruir los altamente seguros resultados de este proceso, de esta cultura preventiva adquirida con años de esfuerzo, dañarla con informaciones sesgadas extraídas no de investigaciones controladas sino de opiniones sin fundamento científico, es por desgracia relativamente fácil, especialmente cuando estas fake news – para usar una terminología muy en uso – las recibe una población que prioritariamente bebe de fuentes de pésima calidad, la Red en primera línea. Se de lo que hablo, una encuesta europea que dirigí hace unos años demostró ambas cosas, de donde procede la información y su ínfima calidad. Cuando hay una duda de salud, ya no es el médico quien recibe la primera consulta, la recibe el Dr. Google, que ofrece una información muy abundante pero carente de fiabilidad, en su mayoría y muy especialmente en las primeras opciones informativas que muestra. Hace unos pocos años, cuando estábamos finalizando la investigación sobre la vacuna frente al virus papiloma humano e iniciando el proceso de aplicación clínica, lo demostramos y publicamos.
Ninguna intervención médica tiene riesgo cero. Se trata de establecer de forma objetiva y mediante procedimientos de investigación muy bien estructurados, adaptados enteramente a las normas de calidad pactadas con las Agencias Reguladoras Nacionales e Internacionales, unas conclusiones sólidas en términos de protección de la salud de la actuación preventiva o terapéutica en ensayo. ¿Qué riesgos corre esta persona que recibe esta medicación o esta vacuna y qué beneficios le reporta? El balance debe inclinarse muy claramente en favor del beneficio, al tiempo que debe ser demostrada la ausencia de acontecimientos muy graves asociados causalmente a la técnica médica aplicada. Este método es el que de forma muy rigurosa se ha seguido en la investigación de las vacunas, por lo que sus resultados se asientan en la evidencia científica de calidad más alta. Una consideración importante: que una patología aparezca o un diagnóstico se realice después de una actuación médica, administrar una vacuna, por ejemplo, no establece necesariamente una relación de causalidad entre los dos hechos. Si me diagnostican por ejemplo una hipertensión o una diabetes o hago una convulsión, por ejemplo, después de tomar esta pastilla o de ponerme esta vacuna no implica que una cosa esté causada por la otra. Se llama asociación temporal. Siempre estos sucesos son investigados y evaluados por las Agencias independientes que controlan estos procesos, para intentar encontrar y demostrar una relación causa – efecto en los hechos asociados en el tiempo. En relación a la vacuna frente al papiloma humano – mi campo de trabajo en muchos años – estoy en condiciones de afirmar que después de haberse administrado en más de 120 países de todo el mundo decenas de millones de dosis no se ha documentado debidamente un solo caso de acontecimiento adverso grave o muy grave causalmente relacionado. Las conclusiones de la última revisión sobre seguridad de las vacunas de la Organización Mundial de la Salud, disponible en su página web https://www.who.int/es, son contundentes al respecto: la seguridad de las vacunas es altísima y no debe ser cuestionada
Solamente una decisión aplicada históricamente en Sanidad Pública ha salvado más vidas que los programas de vacunación: la potabilización del agua, detrás de ella la vacunación. Vacunar es una actividad médica preventiva extremadamente eficaz y segura, y por tanto altamente recomendable. No vacunar a tus hijos es un crimen, ha dicho Jules Hoffman, Nobel de Medicina 2011. Además, no vacunar a tus hijos rompe la cadena epidemiológica de protección pública – la que llamamos inmunidad de grupo – y genera situaciones de riesgo que afectan a terceras personas que se convierten en víctimas inocentes. Tú puedes tomar una decisión que afecte única y exclusivamente a tu salud, pero no puedes con tus decisiones poner en riesgo la salud de tu familia y de tus vecinos.
El sarampión, erradicado en España gracias a las altas coberturas de vacunación alcanzadas en los años precedentes y ahora mismo, es una enfermedad con mortalidad alta o con secuelas importantes, íntegramente prevenible por la indicación y recepción de una vacuna específica incluida en el calendario del Sistema Nacional de Salud. Poner en peligro esta buena situación de salud atendiendo recomendaciones basadas en especulaciones o en interpretaciones torticeras o directamente falsas o inventadas debería ser considerado un delito contra la Salud Pública. Mantener la recomendación de aplicación de todas las vacunas según los criterios publicados en el Calendario de Vacunación del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social (disponible en https://www.mscbs.gob.es/profesionales/saludPublica/prevPromocion/vacunaciones/Calendario2018.htm) es un criterio de buena práctica médica; solicitar recibir la vacunación es una actitud sensata, positiva y segura. Suscribo absolutamente lo que dice un gallego ilustre, mi colega y amigo Federico Martinón, pediatra líder español y europeo en investigación en vacunas: Si Ud. solicita a su médico que le prescriba una vacuna para Ud. o su familia y no se la facilita, cambie de médico, en otras cuestiones probablemente estará también equivocado.
Hace cuatro años un niño (P.P.F.) murió en Cataluña aquejado de difteria, una enfermedad que había sido erradicada de nuestro país y de los de nuestro entorno por la administración con altas coberturas de una vacuna contra ella que él no había recibido por la desgraciada decisión de sus padres, adoctrinados por la influyente murga tóxica de los grupos anti-vacunas. No quiero pensar en cómo estarán ahora mismo estos padres. Ojalá su muerte sea la última que se produce a causa de las acciones propagandísticas sin fundamento de estos grupúsculos de iluminados. Para caminar juntos y decididos por el camino de la mejor Salud Pública, pido que reforcemos entre todos la información sobre seguridad y eficacia de todas las vacunas – altísimas – y desmontemos con la fuerza de la razón médica los pseudo argumentos de los grupos anti-vacunas.
(*) Javier Cortés, Doctor en Medicina.
Ginecología Oncológica. Citopatología.
Conflicto de intereses: He recibido honorarios por actividad docente y/o investigadora de GlaxoSmithKline, Sanofi Pasteur MSD y Merck.