Las enfermeras son las profesionales mejor valoradas del entorno sanitario. Esto no lo decimos nosotros. No es una frase de Salut i Força. Lo reiteran, una y otra vez, cada uno de los estudios y barómetros que se realizan periódicamente para calibrar el grado de satisfacción de los usuarios con relación a las prestaciones que reciben en el sistema de salud.
Posiblemente, esta constatación irrefutable, como es que existe un grado de empatía entre las enfermeras y los pacientes que es muy superior al que se percibe en otras profesiones asistenciales, se deba a múltiples factores. Sin embargo, todos ellos comparten tres valores específicos que resulta necesario destacar: la preparación, la profesionalidad y la vocación.
Vayamos por partes. Preparación. Sin duda alguna, el sector de enfermería cuenta con profesionales excelentemente preparados. En la teoría y en la práctica.
No en vano, antes de tener acceso efectivo a sus respectivos destinos laborales, estas especialistas en el cuidado directo, personal y permanente del paciente (y no utilizamos el término ‘especialistas’ de forma aleatoria, sino porque describe perfectamente sus habilidades profesionales), han debido superar un largo, duro y exigente período formativo que las faculta plenamente para ejercer sus funciones.
Las que les dejan ejercer, y muchas otras, nos atreveríamos a decir, porque solo la miopía absurda de ciertos políticos y dirigentes colegiales ha impedido que las enfermeras pudieran desarrollar en mayor medida tareas asistenciales para las que, como ya hemos dicho, se hallan absolutamente capacitadas.
Profesionalidad. ¿Alguien puede dudar de que ese es, precisamente, uno de los grandes valores que las enfermeras, en su trabajo diario y constante, ponen de manifiesto tanto en su relación con el usuario como en su labor en equipo con compañeros de otras especialidades? Ni los malos sueldos, ni las condiciones laborales precarias, ni la interinidad, ni la escasez de recursos, ni la los horarios interminables, ni la falta de plazas, ni la saturación de trabajo, han echado jamás por tierra la profesionalidad que este colectivo viene demostrando desde los inicios mismos de la práctica enfermera.
Vocación. De hecho, bien puede afirmarse que todas las especialidades sanitarias cuentan con una elevada presencia de motivación vocacional. Y es en esa actitud abnegada y comprometida donde el sistema halla un resquicio para sobrevivir a los recortes presupuestarios y a la falta de medios. No obstante, en el caso de las enfermeras, esta vocación inherente al sector asistencial en su conjunto, se multiplica y va mucho más allá.
Podríamos sumar muchos otros valores a esta lista: generosidad, solidaridad, empatía, dedicación, compromiso… Sin embargo, hemos querido destacar aquellos que, habitualmente, por motivaciones que no resultan fáciles de entender, se obvian cuando se habla de la profesión enfermera. Ya es hora, por tanto, de reivindicarlos y de no volverlos a poner en duda nunca más.
Primero, porque se falta a la verdad; segundo, porque las enfermeras no se lo merecen; y tercero, porque son los propios pacientes quien, con su testimonio, dan fe de hasta qué punto el edificio asistencial descansa en buena medida en la preparación, profesionalidad y vocación de las enfermeras.