Calma, paciencia y tranquilidad. Tres ingredientes para una misma receta destinada a un objetivo muy concreto: superar la actual situación de crisis sanitaria motivada por la irrupción del COVID-19, y recuperar cuanto antes la normalidad, que es tanto como decir reinstaurar la vida tal como la concebíamos antes de que este mal sueño comenzase.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, advertía hace apenas unos días de que “lo peor está todavía por llegar”. Y tiene razón. Resulta obvio que, contemplando el ejemplo de los países que nos han precedido en esta crisis y teniendo en cuenta que existen todavía muchos pacientes que no han sido diagnosticados, nos esperan, posiblemente, unas próximas semanas descorazonadoras y dramáticas en cuanto a la evolución de esta pandemia.
El número de casos aumentará, y también la cifra de fallecidos, y los equipamientos sanitarios y hospitalarios deberán ajustar todavía más sus planes de contingencia para proporcionar una respuesta adecuada al incremento de la demanda asistencial. Todo esto es cierto, pero también lo es que, cuando esta crisis haya sido superada, serán muchas las enseñanzas que nos habrá dejado. Una de ellas, posiblemente la más importante, es que el sentido de la corresponsabilidad, la solidaridad y la convivencia mide el grado de madurez de una sociedad, y en España, como en otros países, se está rozando la matrícula de honor en este campo.
Una segunda lección que cabe extraer de esta situación es que contamos con un excelente servicio de salud, dotado con profesionales excelentes, tanto desde el punto de vista técnico como humano. Su sacrificio, su entrega, su compromiso, a todos los niveles, y en cualesquiera que hayan sido las circunstancias, vale miles, millones de aplausos. Y así se lo reconocen los ciudadanos, cada día, en el que constituye, a buen seguro, el momento más emotivo de esta larga cuarentena que, cuando menos lo pensemos, acabará. Y acabará bien. Que no lo dude nadie.