John Fitzgerald Kennedy pronunció en cierta ocasión una cita que ha pasado a la historia: “No preguntéis que puede hacer vuestro país por vosotros, sino vosotros por vuestro país”.
La crisis del coronavirus, con todas sus ramificaciones y efectos directos y colaterales, ha retornado toda su vigencia a la afortunada frase del presidente norteamericano asesinado en Dallas hace 57 años, ya que, en efecto, ese ha sido, precisamente, el espíritu con el que la mayor parte de los ciudadanos ha afrontado una emergencia que no tenía precedentes en el caso de las últimas generaciones de españoles.
¿Acaso no ha sido esa, de hecho, la actitud de los miles de profesionales sanitarios que han puesto en riesgo su salud y su vida para cumplir con su vocación de servicio incondicional a los pacientes? ¿No ha sido también ese el espíritu que ha anidado tras el sentido de la responsabilidad de millones de personas anónimas que han aceptado privaciones, restricciones y cercenamientos de su libertad individual a cambio no solo de protegerse a sí mismos y a sus seres queridos, sino también al resto de sus conciudadanos? ¿y qué decir de los trabajadores que, a pesar de sus humildes salarios, han estado al pie del cañón, en las cajas de los supermercados, en los estantes de reposición de las grandes superficies, en los dispositivos de control y seguridad de las fuerzas policiales, proveyendo de mascarillas a la población en una oficina de farmacia, distribuyendo puntualmente el correo, o al volante de un taxi o cualquier otro transporte público?
Sin duda alguna, las palabras de Kennedy cobran hoy en día más valor y más vigencia que nunca, porque ninguno de los colectivos y personas a los que hemos aludido se ha preguntado qué podía hacer la sociedad por ellos, sino qué podían hacer ellos por la sociedad. Han cumplido, y con nota. Y la consecuencia más directa de ello es que este maldito virus del Covid-19 está a punto de hincar la rodilla y admitir su derrota, aunque todavía sea necesario e imprescindible mantener una actitud de prudencia y cautela. Y si al virus se le ocurre regresar, que tenga muy claro que la estrategia para combatirlo no va a cambiar: arsenales repletos de generosidad, misiles cargados de solidaridad, y bombas fabricadas a base de humanidad y altruismo.