Que desconozcamos nuestra Historia, que no sepamos lo que somos, es lo único que nos protege de nosotros mismos. De hecho, creo que la única forma de que se conserve de algún modo parte de toda nuestra Historia – de todo lo que hemos sido y de lo que somos- es nuestra incultura. La única manera de proteger lo que hemos sido pasa por proponer que se cambien los nombres de todo lo que sea nombrable, hacer que Jaime Tercero, por ejemplo, sea algo y alguien irreconocible y -una vez oculto- ni plantearnos quién fue ni qué hizo contra nosotros. No reconocer al rey En Jaume en su nombre sería algo así como utilizarlo de forma tan banal a como lo hacía mi amigo Pep cuando notaba que su mujer no le hacía el caso suficiente.
-Pero vamos a ver, María, tu estás casada conmigo o con Jaime Tercero?
Basta con que sepamos quién fue alguien para que rápidamente se nos quiten las ganas de ponerle su nombre y su careto. Basta conocer a alguien que admires para que se despinte al rato, para que la realidad vuelva al lugar que dibujó el deseo. Pocas cosas resultan tan difíciles como poner nombres de calles, consensuar entre las miserias y los recuerdos de unos y de otros los apellidos de un pabellón deportivo o incluso disparar contra la memoria de alguno poniéndole su nombre a un aeropuerto. El Adolfo Suárez, por poner un ejemplo, requirió para su proclamación toda la demencia de su valedor, que fuera imposible rescatar de su memoria algo que pudiera desprestigiarle, en definitiva que no fuera capaz de haber hecho negocios tirando de sus muchas influencias durante sus últimos años de vida. Para eso sirven también en muchas ocasiones las enfermedades, para protegernos de nosotros mismos, para que finalmente no acabemos como nuestra inconsciencia merecería.
Repasar la lista de los Honoris Causa proclamados por Universidades nacionales e internacionales, la nuestra en algunos casos, da cierto acojono. Una cierta anafilaxia nos recorre la mente cuando pensamos que personajes como Rato o como Pujol -inocentes hasta que un juez dicte una sentencia firme- has sido suficientes como para que existiera el consenso para que todos esos que se creen gente decente decidiera nombrarles. NO entraré en la miseria del encarnizamiento público del caído, pero más que avergonzarnos de los nombrados deberíamos plantearnos avergonzarnos por lo que inspiran los nombrados, simplemente preguntarnos por qué Jordi Pujol ha hecho más méritos que Pedro Cavada, por decir algún nombre, para ser un honoris algo.
Ahora andamos llenos de miserias, quitando el nombre a las Ramblas de los duques de Palma sin sentencia firme que diga que han delinquido o quitando las estatuas de Pujol. Sólo nos queda devolver el dinero de los presupuestos generales del Estado que firmó Rato con las manos ministrables que apretaban las teclas de los números de los cajeros de Bankia, pero para eso no hay cojones. Franco fue un honoris causa que mereció un derrocamiento y al que le han revisado las estatuas equestres, es cierto, pero ese revisionismo ha sido siempre desde lo público hacia lo público. Ahora ya no, Quirón Palma Planas acaba de inaugurar el tiro a la placa, el derrocamiento del latón. Debe ser que así el genio del invento debe creerse mejor que el honorable. Debe ser que no hubiéramos tenido para tanta placa si en vez de el nombre de Jaume Matas se hubiera escrito el nombre de las empresas con los ineptos corespondientes que han dirigido ese centro sanitario desde su gestación.
Me gusta cuando veo sitios públicos con placas relucientes de esas que el servicio de limpieza lustra en su esplendor. Placas de esas a las que se pone una cortinilla con un palo y que de repente inaugura alguien de presunta autoridad solemne. Y me gusta por lo que intuyo de peloteo, por la sonrisa que me produce imaginarme a los propietarios del lugar suplicando al Presidente de turno que por favor acuda para hacer de ese día algo especial, para hacer especial un lugar que no lo es por sí mismo.
NO pienso en el dinero público que los ciudadanos hemos ingresado en ese centro gracias al repudiado, ni en los chupaculos que vi ese día en la inauguración. Pienso simplemente en lo que nos hemos convertido borrando lo que somos. Así que tenga cuidado, y si mira usted la foto, tenga cuidado no se refleje el alma.