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“A veces tienes que tomar la mano de los padres y saber llorar con ellos”

JAUME MULET, CIRUJANO PEDIÁTRICO
JAUME MULET, CIRUJANO PEDIÁTRICO
Jaume F. Mulet Ferragut nació en Muro el 28 de febrero de 1946. Después de cursar estudios en el colegio Montisión de Palma, hizo los dos primeros años de la carrera de Medicina en la Universidad de Granada, para posteriormente trasladarse a la Universidad de Barcelona, donde se licenció en 1971. Un año antes ya había entrado como alumno interno en el Hospital Sant Joan de Deu, donde permaneció como médico residente y donde ejerció como Jefe de Servicio de Urgencias del hospital nuevo (Pediatría y Maternidad) antes de pasar a cirugía pediátrica; una especialidad relativamente reciente en aquellos años y que Jaume considera como su verdadera vocación. En 1995, después de sufrir un infarto y de revisar muchas prioridades -no todas estrictamente laborales-, solicitó el traslado al hospital de Son Dureta, donde ha ejercido como Jefe de Servicio de Cirugía Pediátrica hasta su jubilación, en 2011. Ahora Jaume vive en su pueblo natal, Muro, entregado a causas solidarias y siguiendo haciendo gala de su legendario buen humor -a medio camino entre la socarronería y la ternura- sin el cual no se puede entender su figura.

P.- ¿Por qué eligió los niños como objeto de su labor médica?

R.- Por varias razones. En primer lugar porque siempre me han gustado, tienen ternura, inocencia y agradecen el cariño que les demuestras, cuando les atiendes sabes que trabajas con una vida que empieza. Pero sobre todo porque son vulnerables, y todavía lo eran más hace cuarenta años, cuando yo empecé y la mortalidad infantil era mucho más elevada que ahora. Por esa razón me formé también en oncología pediátrica, en unos momentos en que algunos tumores se llevaban el 90% de las criaturas enfermas cuando ahora la tendencia es justamente la inversa. Sin duda eran otros tiempos.

P.- Detrás de una bata blanca ¿cómo se gestiona el dolor de un niño, sus miedos?

R.- El dolor tiene un fuerte componente de angustia, que incluso los niños prematuros la perciben, la sienten; un dolor que se multiplica en el caso de los padres, que viven la angustia de ver cómo puede apagarse la vida de su hijo, y eso es algo muy duro. Ese dolor se mitiga en parte si existe empatía entre padres y médicos, si se forma un grupo humano en el que los padres se sienten partícipes de un proceso que para ellos es terrible. Para eso el médico ha de saber escuchar, hablar cuando sea necesario, incluso tocar físicamente a los padres, transmitirles su cercanía y su calor humano, trasladarles la idea de que están juntos en ese trance. A veces es tan simple como tomar de la mano a los padres y saber llorar con ellos, aunque no podamos liberarlos de su sufrimiento.

P.-¿Cómo se mantiene el equilibrio emocional para seguir haciendo esa labor durante tantos año?

R.- Evitando, en la medida de lo posible, aquellas cosas que potencian nuestra parte más oscura y nos quitan capacidad para pensar en positivo. Por ejemplo, en mi caso nunca he vuelto a ver un niño al que haya tratado una vez que ha fallecido, he sido incapaz de hacerlo, era superior a mis fuerzas, mi cerebro prefería recordarlo cuando todavía estaba vivo y lleno de energía. Al fin y al cabo la mente busca soluciones para afrontar algo tan duro como la muerte de un niño, porque de lo contrario estaríamos siempre asustados, incapaces de reaccionar. Yo recuerdo que la primera vez que perdí un paciente infantil estuve dos días sin apenas comer ni dormir, pero tarde o temprano tienes que sobreponerte, no puedes dejar que la pena te paralice.

P.-¿Qué se hace cuando surge la duda a la hora de tomar una decisión clínica que puede afectar de modo irreversible a un niño?

R.- La duda es inevitable, surge constantemente en la práctica médica, pero cuando la resuelves con inteligencia entonces todo se vuelve más claro y crees saber mejor qué hacer, cómo actuar. Para eso es importante que en medicina las cosas se decidan conjuntamente; es una tarea grupal, no individual, las responsabilidades se reparten entre los profesionales, existen comités de bioética…en definitiva sientes que formas parte de un grupo en el que todos piensan con agilidad para elegir la mejor opción para el enfermo.

P.-¿Y qué espacio queda reservado para la vanidad cuando las cosas salen bien?

R.- La vanidad de médico existe, y quien niegue que la ha experimentado alguna vez miente. Sientes vanidad -legítima, por otra parte- cuando llevas a cabo algún acto médico novedoso, o una investigación que aporta cosas a nuestra profesión…..por no decir la satisfacción que experimentas cuando unos padres te agradecen que hayas salvado la vida de su hijo, ese momento en que realmente sientes que has hecho algo importante, que todo vale la pena. Cuando eso ocurre la vanidad se transforma en satisfacción personal y no creo que eso sea algo de lo que haya que avergonzarse, sino más bien al contrario.

P.-¿Es posible ser médico sin sentir empatía, sin querer al enfermo?

R.- En mi opinión no; de hecho yo creo que siempre tienes que querer al enfermo, que no es lo mismo que encariñarte con él, porque si lo haces pierdes perspectiva, te involucras demasiado y eso te puede hacer perder margen de maniobra. A veces pienso que para mantener ese equilibrio entre razón y sentimiento tienes que tener la cabeza fría y el corazón caliente, porque no es posible no sentirte implicado ante el sufrimiento de tu paciente; a veces te despiertas de madrugada porque tu subconsciente te aporta un dato que de repente ves como la solución al problema de tu enfermo….en fin, que sin empatía, sin implicación, sin complicidad, no creo que yo pudiera haber desarrollado mi labor como médico, ni habría podido aceptar que un enfermo mío se convirtiera en un simple número de historial clínico.

P.-¿A tenor precisamente de eso, cree que la medicina moderna se desliza hacia una excesiva mecanización, en detrimento del factor humano?

R.- La tecnificación progresiva de la práctica médica tiene unas grandes ventajas objetivas, pero si la medicina se burocratiza en exceso nos conduce al blindaje moral y emocional del profesional, a incrementar la distancia del médico en relación al enfermo entendido como persona concreta. Por eso yo creo que el factor humano siempre será irremplazable en la medicina, el doctor de carne y hueso con vocación de servicio, que se preocupa por el enfermo, que participa de sus miedos y de sus esperanzas, y que, en cierta forma, también es su amigo, porque quiere lo mejor para él. Hay una cita de Tagore que resume un poco esta idea: “estaba dormido y entonces soñé que la vida era alegría; al despertar comprobé que la vida era servicio; a continuación serví y puede constatar que servir era lo que me proporcionaba la alegría”.

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  • Daniel Martínez López
    7 mayo, 2022 19:30

    EL Doctor Mulet me operó de un linfoma de Burkitt cuando tenía 5 años, gracias a él logré seguir adelante, hoy tengo 46 años, y quiero desde aquí darle las gracias por haberme cuidado tanto.
    DANIEL MARTÍNEZ

    Responder
  • El doctor Mulet me opero de una apendicitis con peritonitis secundaria en 2006 en son Dureta, Palma.

    Quiero darte las gracias por haberme cuidado.

    Responder

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