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Calafat privatiza el Congreso

Dr. Fco. Javier Alarcón de Alcaraz.
Médico-Forense. Especialista en Medicina Legal.
@Alarconforense

Mientras andamos a la espera de noticias opositoras a las que – nos cuentan- pretenden oponer oposición penal, nos aseguramos de privatizar adecuadamente nuestro deber escribiendo sobre el ejercicio privado de nuestra libertad, una “libertad privada” que iba para pleonasmo y tristemente se nos está quedando en realidad, en una puta realidad.

Y lo hacemos en plural, en nombre de todos y cada uno de los lectores, felicitando a Calafat por su viaje al congreso de los diputados. Un viaje, gracias a Dios, de ida y de vuelta, sin acreditación partidista. Un viaje relámpago al que acudía no para defender la sanidad privada, no ya para homenajear la libertad de que cada uno haga y deshaga con su riesgo lo que le salga de las pelotas sino para proteger la moda que se aviene de “desprivatizar” la sanidad. Iba para absurdo, iba para increíble estar a estas alturas de dictadura democrática con lo de las desprivatizaciones y las nacionalizaciones, y al final se ha convertido en tendencia, igualito que con la vivienda y con la educación. Una moda pública tan antigua como comunista, tan falsa como su origen y tan cercenadora de derechos como su consecuencia. Si tenemos que mandar a Calafat para poner orden en el ejercicio de la libertad de quien sea, que lo pongan de dos en la próxima lista cremallera de Prohens o de Armengol, lo mismo nos da.

Todo público necesita de su privacidad.

Y mientras nos aferramos a las desprivatizaciones de Joan, desprivatizamos las palabras de Valverde, del bueno de Valverde, presidente de la corporación médica balear. Ha dicho, he adquirido por la vía de lo público, que la imperativa aplicación de las medidas destinadas al cumplimiento de la ley de la eutanasia en nuestra comunidad (por llamarla de alguna manera) son “una chapuza”. Ya era hora de que hubiera otro galeno que utilizara palabras malsonantes, que se me hace difícil privatizar a solas los insultos.

Hace pública el presidente la receta privada de la muerte y de su insostenibilidad, hace público que la muerte que era antes íntima, privada, financiada exclusivamente por el que la pierde, ahora va y se enciende con medidas públicas, con comités, con disposiciones, y -sobre todocon registros de médicos objetores, esos que no quieren saber nada de desprivatizar la muerte.

Parece ser que ha entendido ese privatizado matrimonio público que son Patricia y Juli, que la mejor forma de que no haya objetores es que no haya listas, que la cosa de la muerte se enjuague en casa, en los servicios, valga la redundancia. Si eres objetor un día, o no lo eres al día siguiente, no hacen falta listas públicas ni registros, se lo dices a tu jefe y ese día pues ya no aprietas el botón. Así de fácil. Qué sencillo progresa la muerte pública en privé. Veo como lucha la muerte en estos tiempos de progreso para que su botón no lo aplique el enfermo que lo pide. Lucha el progresismo porque el final, el acto final, sea cosa de otro, sea cosa del otro, que todo eso -además- lo administre uno que curiosamente no tiene esa tarea encomendada y al que hemos llamado paradójicamente “médico responsable”.

El gran debate de la eutanasia no es ya que alguien decida hasta cuándo, que puede ser hasta legítimo, sino quién hace público el momento xenobiótico final. Toda la vida acompañando a la muerte, haciendo eutanasias en ortotanasias, y ahora resulta que necesitábamos una ley y un registro de objetantes. Que vuelva Joan al Congreso, y que lo arregle.

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