Sergio Minué, el gerente de mediado habla de la inevitabilidad del error y en la línea de Miralles comenta que hablar de error es hablar de decisiones, y del papel que las emociones juegan en ese proceso. Y continua comentando que para Gorovitz y MacIntyre “donde hay actividad científica hay siempre ignorancia, puesto que la existencia de dicha ignorancia es una condición previa para el progreso científico. Y puesto que la ignorancia es una precondición del progreso, donde existe posibilidad de progreso existe probabilidad de error”.
Y termina comentando que la obligada humildad que deberían ejercer los médicos no va tanto ligada a la inmensa extensión del conocimiento científico, sino más bien a la infinita riqueza y diversidad de las personas a las que atienden porque como señala Damasio “quizá la cosa más indispensable que podemos hacer como seres humanos, cada día de nuestra vida, es recordarnos a nosotros mismos y a los demás que somos complejos , frágiles, finitos y únicos”.
Y Salvador Casado, @doctorcasado comentaba que para disminuir los errores hay varias cosas que tener en cuenta:
1. Estudio, formación continuada, práctica constante
2. Buena historia con el enfermo con buena comunicación que es la mejor tecnología existente
3. Exploración del paciente de forma digna
4. Red de seguridad, también con el paciente: “si no mejora o si empeora, no dude en volver a consultar”
5. Trabajo en equipo entre todas las personas que atienden a un paciente y añado, con el paciente.
Y ante un error, lo mejor es reconocerlo, asumirlo, aceptar los sentimientos que produce, compartirlo y verbalizarlo, poner remedio, pedir disculpas y aprender del error para mejorar y no repetir. En definitiva, el error es una oportunidad de mejora.
Nuestro miedo a equivocarnos se traduce a menudo en miedo a decidir. Si no decidimos, no fallamos.
Y si no fallamos, no nos podemos hacer reproches ni nos sentiremos culpables. Resultado: parálisis. La ciencia avanza gracias a la «prueba y error» Y es que crecer es aprender y aprender es equivocarse.
Existen tres claves de sabiduría que, «erre que erre», nos educan para acertar en la vida:
Reconocimiento. Cada fallo es una lección de humildad que nos pone en nuestro sitio. Saber que no somos infalibles es un ejercicio beneficioso. Nos enseña que debemos prestar atención y aprender para mejorar en el futuro.
Responsabilidad. Al reconocer nuestra equivocación estamos tomando el control de nuestros actos en lugar de echar las culpas a terceros. Por tanto, cada error asumido nos recuerda que mucho de lo bueno y lo malo que nos sucede depende de nosotros.
Revolución. La conciencia del error, de lo que no funciona, es el germen de la revolución.
Y nos recuerda Miralles que las personas fallamos.
Unas aprenden de los errores y otras tropiezan con la misma piedra. Y en ello, los pacientes, su comprensión, ayuda a superarlo, trabajar con el profesional, buena comunicación,…son básicos. Se hace camino al andar, como decía Machado, y se gana sabiduría al errar.