Sin embargo, esas mismas medidas, incomprendidas en su momento, han permitido cimentar y consolidar un sistema de salud público que en Baleares, como ocurría en otras Comunidades Autónomas, se hallaba entre la espada y la pared.
Con menos recursos presupuestarios a causa de la crisis, resultaba imperiosamente necesario sanear las cuentas públicas de la sanidad para asegurar su continuidad sin, por ello, renunciar a las condiciones de universalidad y gratuidad que, inexcusablemente, deben acompañar las prestaciones médicas de carácter público.
La senda ha sido tortuosa, sin lugar a dudas, pero ahora que estamos a punto de llegar a su final habrá que reconocer el cumplimiento de la mayor parte de los principales objetivos que se trazaron al inicio de la legislatura. El más importante de ellos, naturalmente, era asegurar que los servicios sanitarios no corrieran ningún peligro, aunque fuera a costa de equilibrar los números y rediseñar la cartera de prestaciones.
Esta semana, con el anuncio de la fase final del traslado al nuevo hospital Can Misses, en Eivissa, se ha coronado la cima de un proyecto de gobierno que partió con lógicas incertezas y habrá acabado con la materialización de los compromisos programáticos asumidos por el actual Govern autonómico en materia sanitaria.
En esta consecución de metas, no hay que dejar de lado la formidable aportación realizada por los profesionales, tanto en centros de salud como en hospitales y en otros equipamientos médicos. Su dedicación, su implicación, su abnegada vocación por la actividad asistencial, en cada una de sus vertientes, han hecho posible el milagro de que, tras un lustro de crisis económica y de redistribuciones presupuestarias, la sanidad pública balear otee un horizonte mucho más halagüeño que cuatro años atrás.