He podido conocer de cerca y ser testigo del cuidado amoroso y cálido y el cariño que le ha acompañado, por parte de Alfonso y su familia, en una larga y dura travesía de más de ocho años, marcada por enfermedades terribles y dolorosas. Siempre agradeceré a mi amigo Alfonso, a pesar de su cansancio, su ejemplo de paciencia, aceptación, abnegación y presencia en el cuidado una Rosa cada vez más frágil y dependiente. Siempre recordaré su faz serena y su sonrisa cálida y afectiva. Estoy seguro de que Dios la tendrá a su vera. Últimamente pienso y hablo más con mis amigos, parientes e hijos de la muerte. Los humanos, gracias a nuestra maravillosa autoconciencia pagamos un alto precio: somos y sabemos que somos mortales. El omnipresente miedo, mejor terror, a la muerte es nuestra primera causa de sufrimiento y muchas veces nos impide ser felices o vivir con satisfacción. La angustia de la muerte puede producir muchos cuadros de sufrimiento psicológico, los más frecuentes, crisis de pánico y depresiones existenciales. Soy cada vez más consciente de que el tiempo que me quede (he ahí la angustia y la incertidumbre) debe de ser fértil y con sentido y me conforta que mis creencias religiosas me ayuden mucho a trascenderla.
Durante mucho tiempo he practicado la negación y el autoengaño, en un ejercicio psicológico defensivo estéril y costoso. Aceptar a la muerte es amar la vida y vivir el presente. Yo he empezado a visitar cada vez más el pequeño cementerio de mi pueblo, donde tengo enterrado a mis abuelos y a un tío. Es un acto que me reconforta y me da más serenidad, porque puedo mirar de frente a la muerte y me recuerda que sigo estando vivo. A veces me angustia cuando y como se presentará, cuál será su antesala, si me podré despedir o no, si desearé que llegue para no sufrir, si me acompañarán mis hijos a los que nunca veré más, si mi cerebro se dará cuenta o se habrá convertido en una lápida sin memoria o sin conciencia. Como dice Irving Yalom “enfrentarnos a nuestra propia mortalidad, a través de la muerte de personas que has querido o te han querido, nos permite reorganizar nuestras prioridades, comunicarnos más profundamente con aquellos a los que amamos, apreciar la belleza de la vida y aumentar nuestra disposición a asumir los riesgos necesarios para la realización personal”. En el fondo la ansiedad ante la muerte, a modo de aldabonazo vital, puede provocarnos un despertar a la vida, desde la humildad, la compasión, la generosidad y la solidaridad.
Solo desde ahí podemos dar y estar, que es el auténtico sentido de la vida La muerte está a nuestro lado pero hay que mirarla plenamente. No queda otra. Ya saben en derrota transitoria pero nunca en doma.