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Diccionario de adioses

Dr. Fco. Javier Alarcón de
Alcaraz.
Médico-Forense.
Especialista en Medicina Legal.
@Alarconforense

Ahora que toda la nación, que todo el mundo, que todo el Universo sin unísono ha estado pendiente del adiós de Sánchez, sabemos cómo hablamos de adioses cuando no hablamos de ellos.
Hay que haberse ido mucho de muchos sitios, hay que haberse retirado de la vida constantemente para haber podido acertar con la maniobra psico-físico-electoral del Presidente Sánchez, justo cuando estás en el mejor momento de no haberte ido.

Cuando no se quiere estar en un sitio es porque has crecido lo suficiente como para entender que hay otros lugares que te esperan, que no necesitas estar en ningún lugar fuera de ti. Todo lo perecedero, todo lo que es cuando decimos que somos algo, que estamos en algún lugar, es precisamente lo que no es, lo que dejarás de ser algún día.

Nos fijábamos el otro día del pesebre en la artimaña, en el engaño colectivo sanchista, en cómo y por qué se iba un presidente. Pero eso pervierte la grandeza de llegar y -sobre todo- la de estar. Si por ninguna de las anteriores (llegar a trompicones a través de una moción de censura mintiendo en que convocarías elecciones generales inmediatas, mantenerse alimentado del bulo y la mentira permanente etc) había indicios de que pudiera irse, es evidente que no había síntoma alguno de que pudiera hacerlo, digo más allá del amor, eso que nos sabemos aquí de memoria desde julimiamor y patriciademisamores, los llamados y famosos mutes.

Por eso -cuando el anuncio- buscamos signos más allá de los síntomas. Por eso sólo su engaño nos duró únicamente la media hora que distaba entre la visita al monarca para no comunicarle nada y su comparecencia ante unos medios sin preguntas. Allí entrevimos que no todo era ficción en Sánchez.
Una vez consumado su diccionario sin adioses, una vez construido el discurso de la ceniza de irse para no irse, una vez de la fuerza que tenía frente a la astenia previa en idénticas condiciones, toda vez usada la cuña infecciosa de que hay que respetar y cambiar el paradigma del que ya no puede más -de la enfermedad mental- volvió a hacerlo.

Cuando el presidente te miente y tú le crees la culpa no es de su enfermedad mental. La responsabilidad es del médico, del que -aún a sabiendas de a quien tiene delante- no alberga la duda del delirio reincidente, perpetuo.

El resto ya sabemos de qué va. La psico-dinamia del engaño tiene ya su propio manual de instrucciones, está escrito a sangre y fuego público, sin sucesos que justifiquen necesariamente toda esa insidia. Buscar crear un caldo de cultivo para justificar la autoritaria forma de acometer las críticas que no puede controlar (teniendo previamente todo el poder para poder resolverlo) parece el remedio casero del míster, corregir a su antojo psicopático las informaciones que no casan con el caudal de votos de sus comilitones compradas a precio de dinero público. Algo tan simple como acometer una presunta reforma de la mentira, adaptarle el nombre de fango para revestirla del barro a su imagen y semejanza, y hacer del bulo una herramienta que transforme al votante hacia la dirección única de sí mismo.

El bulo y el fango son ya patrimonio de lo que él decida, sin adioses y -como decía aquel- “han de volverse de lo mismo”.

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