Llueve fuera, y alguien debe pensar en la comparación constante de verse como espectador de una tragedia, mirando cálidamente a su alrededor. Curioso experimento, trágico además cuando -ante la alerta que nosotros si hemos previsto únicamente viendo a los demás- ves esa misma lluvia cayendo profusa pero cálidamente a tu alrededor. Mi madre, Julia, me cuenta que en una ocasión infantil le pregunté por el viento. Dice que le pregunté si el viento era siempre el mismo cambiando permanentemente de lugar, si el viento de ayer de Chiva, por poner un ejemplo, es el de hoy sobre la Serra. Preguntaba sin saberlo si el viento nace o se hace. Y pensaba hoy en eso y en si el agua de vida que celebramos alarmados aquí, era en parte la misma de muerte de ayer y de anteayer, pensaba en quién o sobre qué se evaporaría ayer para venir hoy a traer este pensamiento. Pensaba en como esa desgracia de allí es aquí reflexión de una tarde abrigada de otoño.
Llevo tiempo pensando en que cuando ocurren tragedias como la de estos días en Andalucía, La Mancha y Valencia, en que somos incapaces de apartar la vista de los medios, viendo continuamente en bucle las mismas imágenes, oyendo los mismos testimonios y las mismas naderías de los mismos analistas, lo que realmente ocurre es que las imágenes nos acompañan en el dolor. Pienso en que existe en nosotros un modo interior que insiste en verlo para que el final del video sea distinto, como en los finales equivocados de las películas. Oír el dolor, irritarse, clamar al mismo cielo por la falta de medidas, por la urgencia de la gente que convive con los cadáveres de sus familias o con la incertidumbre de no saberlo, hace que de alguna manera comparada -y en esa compañía- sintamos que somos hijos del privilegio de vivir. Todo este tiempo de mi profesión como Médico-Forense ha querido que el tiempo que pasa sea el test para acabar con las cosas del tiempo, para que pueda decir que pese ver sucesos de esos días diariamente, uno no se acostumbra al dolor y a la desgracia de los demás. Toda esta batalla de la vida y la muerte permanece siempre viva, intacta con el paso de los años y con la vivencia de haber visto ya demasiado dolor y demasiada desgracia. Debe ser el tiempo de vivir, donde cada uno tiene el suyo pero todos compartimos a su vez el de los demás. No hay consejo para el sentimiento ni para la desesperanza que va más allá. “Los consejos del mar de nada te han valido” decía el poema de aquel levantino. Vivir transforma inmediatamente cualquier cosa en recuerdo, y al parecer, de eso se trata, de vivir recordando aunque intentemos olvidar. Un beso a tod@s