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Vergonya, cavallers, vergonya

Ilustración de Steve Dennis
Ilustración: Steve Dennis
Escalofriante. Demoledora. Trágica. Se agotan los calificativos para definir el sordo y cruento dramatismo de la fotografía que ha dado la vuelta al mundo estos últimos días y que reproduce la imagen del cadáver de un niño de corta edad, boca abajo, inerte, sobre la arena de una playa de la isla griega de Kos. En pocos minutos, la fotografía se convirtió en el documento gráfico más reproducido y divulgado en las redes sociales, y ocupó, de inmediato, la portada de todos los medios de comunicación escritos y digitales.

No podía ser de otra manera, porque esa imagen condensa, con una crudeza terriblemente dolorosa, la tragedia de la crisis migratoria que está afectando Europa, y a la que los gobiernos del viejo continente no pueden dejar de lado.

Aunque la muerte del pequeño se ha erigido en la imagen emblemática de la crisis, la realidad es que ese mismo día, en ese mismo fúnebre viaje de dos vulnerables barcas entre las costas turcas y la isla de Kos, fueron una docena los refugiados que perdieron la vida, entre ellos cinco menores.

Quizás forma parte de la naturaleza humana rendirse al poder de los símbolos. Históricamente, también otras fotografías han logrado sensibilizar a millones de personas sobre situaciones que, en realidad, estaban sucediendo cada día, y a cada momento, sin que ni la prensa internacional, ni la opinión pública, ni los gobiernos o los observadores, le prestasen atención.

En cambio, esa apatía o negligencia se trocó en una febril reacción en el sentido contrario en cuanto una determinada fotografía supo concentrar, en su elocuente contenido, la gravedad de unos hechos determinados.

Eso mismo está ocurriendo con la crisis migratoria. Ese cadáver de pocos años en las costas de Kos ha despertado conciencias que parecían adormiladas, o excesivamente atribuladas como para perder tiempo en resolver un conflicto que no es sino el efecto más duro y directo de un mundo en el que la riqueza, los recursos y, en definitiva, el acceso a los derechos y el bienestar se hallan en las antípodas de un reparto mínimamente justo y equitativo.

Aun así, y más allá de las consecuencias específicas que, a nivel de leyes y actuaciones gubernamentales presentes y futuras, se desprendan de la divulgación de la ya tristemente famosa imagen de la playa de Kos, resulta inevitable pensar en su protagonista. ¿Qué hubiera hecho ese niño en su vida si hubiera tenido la oportunidad de continuar entre nosotros? ¿Qué expectativas, sueños y posibilidades personales se rompieron de cuajo con su muerte? ¿Qué proyecto de persona se ha ido al traste con su desaparición? ¿Qué profesión hubiera ejercido? ¿Hubiera tenido hijos? ¿Hubiera sido una persona feliz? ¿Hubiera hecho feliz a quienes le rodeaban? Son preguntas que quedarán ya para siempre sin respuesta, tiradas, lanzadas al vacío, sobre la arena de la playa de Kos. De lo que no cabe duda es que el cuerpo sin aliento del pequeño insulta nuestras consciencias y afea el tétrico rostro de una sociedad que aprueba grandes, rimbombantes y superfluas declaraciones favorables a la infancia, y, a la vez, se muestra incapaz de proteger a sus miembros más vulnerables.

La lengua catalana cuenta con una expresión muy oportuna para referirse a un caso como el que nos ocupa: ‘Vergonya, cavallers, vergonya’

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