-¿Eligió estudiar medicina por influencia familiar?
– No de una manera directa, aunque supongo que en parte influyó en mi decisión el hecho de que mi hermano fuera médico y mi padre farmacéutico; en mi casa siempre se respiró un cierto ambiente sanitario.
-Por qué medicina general?
– En aquella época, si estabas en el ejército y querías a acceder a una especialidad tenías que permanecer antes, por espacio de dos años, en un destino militar. Yo entonces quería especializarme en medicina interna, pero al sacar las oposiciones empecé a pensar que todo el proceso que tenía que hacer para ser internista era demasiado farragoso, tenía que volver a Madrid, reanudar los estudios, mucho ajetreo….y lo dejé correr. Las cosas vinieron así y supongo que el destino hizo el resto.
-Pero usted llegó a Mallorca por pura casualidad…
– Absolutamente, de hecho ni siquiera conocía la isla y la verdad es que nunca había ido en barco ni en avión, la primera vez fue precisamente para desplazarme hasta aquí una vez aprobadas las oposiciones y haber obtenido la plaza.
Y tenga en cuenta que yo llegué aquí en 1968 con 31 años, soltero, y procedente de la Castilla profunda, imagínese el impacto que supuso para mí aterrizar en una isla en pleno desarrollo turístico, tan diferente de mi tierra, en un entorno tan cosmopolita y bullicioso…en el que parecía que la vida salía a chorros y literalmente te faltaban horas para vivirla.
-Y una vez aquí ejerció como médico militar y también como médico de familia…
-Así es, pude compatibilizar ambas facetas de mi profesión hasta la entrada en vigor de la Ley de Incompatibilidades que promulgó el gobierno de Felipe González en los años ochenta; a partir de su aplicación tuve que dejar mi puesto en el ejército, eso ocurrió en 1989. Como médico general siempre he desarrollado mi tarea como facultativo en ambulatorios, de hecho sólo en tres: en el de la clínica Rotger (11 años); el de la calle Pacual Ribot (13 años) y los últimos siete en el de Valldargent , en la calle del mismo nombre, cerca de la iglesia de Sant Sebastià, donde me jubilé. Podríamos decir que siempre he sido un médico urbano y de trato directo con mis pacientes, que además muchos eran vecinos míos, ya que siempre he residido en la misma barriada de Es Fortí. Por eso me he considerado siempre un médico muy cercano, que durante cuarenta años ha trabajado y vivido en el mismo barrio; hasta he tenido el privilegio de poder ir a trabajar andando durante casi toda mi vida.
-¿Qué recuerdos conserva de esa etapa?
– Sobre todo el contacto con la gente, que para un médico de medicina general joven y tan apegado al barrio como yo era algo muy gratificante. Me interesaban no solo tratar sus patologías, sino también conocer sus problemas, sus circunstancias familiares, su día a día…todavía hoy me encuentro por la calle con antiguos pacientes que me saludan con mucha cordialidad.
Y también recuerdo algunos cambios muy importantes que se produjeron en mi labor diaria, como por ejemplo la progresiva disminución de las visitas domiciliarias a los enfermos (en aquellos primeros años de ejercicio era frecuente tener que hacer cuatro o cinco visitas domiciliarias al día) a medida que éstos se daban cuenta de que era más rápido acudir a urgencias hospitalarias cuando tenían problemas de salud, un hábito que desde luego no era nada habitual en unos años en que la mayoría de ingresos hospitalarios obedecían siempre, exclusivamente, a motivos quirúrgicos.
-¿Qué otros cambios recuerda especialmente?
-Por ejemplo, la aparición de las historias clínicas en la labor diaria del médico de familia; tenga en cuenta que hasta entonces el médico hacía su trabajo guardando notas escritas a mano o simplemente tenías que conservar en tu cabeza los datos del paciente que te podían ser útiles cuando tenías que visitarlo, excepto cuando se trataba de atender enfermos poli patológicos, que siempre era más complicado, aunque eso no era lo habitual.
Por eso la llegada de las nuevas tecnologías y de la informatización fue en verdad un cambio muy brusco para los médicos de mi generación y lo digo claramente en un sentido positivo, aunque tengo que reconocer que en cierta forma fue un schok para mí empezar a ver tanto aparataje en la consulta, como lo es todavía ahora cuando veo a un especialista encargar una ecografía para un enfermo al que ni siquiera ha tocado. Para mí es algo difícil de asimilar.
-¿Cree que ahora los médicos salen de la facultad mejor preparados que en su época?
– Hombre, desde luego pienso que la figura del MIR -que no existía en mi época- ha sido un gran avance si tenemos en cuenta que eso permite a los recién licenciados tener unos años de formación de primer nivel antes de obtener la especialidad; en ese sentido sí creo que salen muy bien preparados para desarrollar su trabajo.
-¿Echa de menos su etapa en activo?
-A veces sí, sobre todo el contacto diario con la gente. Pero procuro mantenerme activo y por ejemplo sigo acudiendo a diario al Colegio de Médicos, donde se mantiene una tertulia entre compañeros ya jubilados en la que me gusta participar; aunque es verdad que cada vez quedan menos tertulias, tengo la impresión de que la vida moderna deja poco espacio y tiempo para el diálogo sosegado.