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Fanny Pons: “La palabra ‘régimen’ ha de ser desterrada del vocabulario de la nutrición”

Farmacéutica especializada en educación
nutricional, la doctora Fanny Pons Nicolau (Palma,
1966) se esfuerza en promover, desde su consulta
privada de dietética y nutrición y también a
través de su prolífica actividad como
conferenciante y colaboradora habitual en los
medios de comunicación, nuevos criterios en el
campo de la alimentación saludable.
Profundamente alejada del arquetipo del
profesional preocupado exclusivamente por la
estética de sus pacientes, la doctora Pons defiende
un concepto de nutrición basado en la calidad de
vida y la selección inteligente de los alimentos,
criterios de los que, en su opinión, la dieta
mediterránea constituye el más fiel paradigma.

P.- ¿Cuál es el régimen ideal?
¿Existe, realmente?

R.- De hecho, al hablar de nutrición,
las primeras palabras que
debemos desterrar son ‘régimen’
y ‘dieta’, al menos si las entendemos
desde un concepto restrictivo
o de privación de determinados
alimentos que nos proporcionan
placer o satisfacción. Enfocar
la necesidad de pérdida de peso
desde este punto de vista crea angustia
y ansiedad y, en último término,
acaba resultando un planteamiento
absolutamente contraproducente.

P.- Entonces, habrá que buscar
una nueva terminología…

R.- Sobre todo, unos nuevos criterios.
El concepto de nutrición ha
evolucionado hasta tal punto que
no tiene nada que ver con las directrices
que se aplicaban hace
apenas unos años. Hemos pasado
de considerar a la nutrición como
una estrategia efectiva para perder
los kilos de más que afean
nuestra silueta, a valorarla como
un pilar neurálgico de nuestra salud.
Por eso, en vez de utilizar términos
como ‘régimen’ o ‘dieta’,
que recuerdan los tiempos en que
queríamos reducir peso únicamente
por cuestiones estéticas,
prefiero hacer referencia a un concepto
mucho más integral, como
es el de la ‘alimentación saludable’,
que no tiene tanto que ver
con seguir una dieta estricta y rigurosa
como con cambiar los hábitos
de la comida para ajustarlos
a las necesidades de nuestro organismo
y sin descuidar nuestras
apetencias.

P.- ¿Por qué todo lo que nos
gusta engorda?

R.- ¿Lo ve? Usted también está
demasiado influenciado por la
idea, en mi opinión absolutamente
equivocada, de que comer sano
significa, obligatoriamente, privarnos
de aquellos alimentos que
nos gustan y resignarnos a la dieta
del pan y el ajo. Nada más lejos
de la realidad. Comer es una actividad
que debe causarnos placer,
eso en primer lugar. De no ser
así, es decir, de apostar por unos
hábitos que restan satisfacción al
comensal, que le provocan aburrimiento
y hastío en la mesa, nos estamos
equivocando, y por supuesto
la estrategia no dará resultado.
No nos engorda aquello que
nos gusta, ni mucho menos. Nos
engordan aquellas ingestas o
aportaciones que se hallan por encima
de nuestras necesidades calóricas.
De hecho, excepto el agua,
todo engorda, incluidas las frutas
y las verduras. Por tanto, ¿cuál ha
de ser el planteamiento? Simplemente,
diseñar unos hábitos alimentarios,
que no dieta ni régimen,
que nos permitan ingerir el
volumen de nutrientes que precisamos
en función de nuestras características
personales de edad,
actividad, estado de salud y otras
variables.

P.- En otras palabras, podemos
comer de todo siempre
que sea en la cantidad justa…

R.- Sí y no. Por supuesto, el aspecto
de la cantidad tiene su importancia,
porque si luego no quemamos
el aporte extra de calorías,
especialmente mediante el ejercicio
físico, estamos desequilibrando
el peso corporal. Ahora
bien, más que de cantidad de comida
a mí me gusta hablar de calidad.
¿Y qué significa adoptar
unos hábitos alimentarios de calidad?
Pues, sin ir más lejos, implica
tener en cuenta que existen
determinados alimentos que, forzosamente,
deben estar presentes
en nuestras ingestas diarias, porque
aportan nutrientes esenciales
que el cuerpo no es capaz de producir
por si mismo y que, en consecuencia,
deben proceder de la
comida. Al mismo tiempo, hay
que tener presente que otros grupos
de alimentos se hallan provistos
de contenidos poco recomendables
para nuestra salud, en especial
aquellos que conllevan
grasas saturadas. He ahí, por tanto,
un primer criterio esencial a
la hora de diseñar nuestros hábitos
nutricionales.

P.- A pesar de que no le gusta
hablar de régimen o de otras
palabras semejantes, ¿podría
ilustrarnos con algún ejemplo
de comportamiento alimentario
que se ajuste al criterio que
acaba de exponer?

R.- Precisamente, tenemos un
ejemplo muy claro en nuestro entorno:
la dieta mediterránea, que
constituye un paradigma prodigioso
de los principios que le he
venido comentado y que pasan
por la selección inteligente de los
alimentos que convienen a nuestra
salud y que nos aportan los nutrientes
que precisamos. Deberíamos
hacer un esfuerzo entre todos
para no perder nunca de vista
los principios de la dieta mediterránea,
que tantos beneficios nutricionales
y saludables conlleva y
que, en realidad, se basa en la plasmación
de un triángulo alimentario
que, si no tiene inconveniente,
trataré de explicar brevemente.

P.- Se lo ruego…

R.- En la parte más elevada de
este triángulo, se hallan productos
como la bollería industrial, los
refrescos azucarados y otros artículos
que entrarían de lleno dentro
de las pautas de consumo ocasional.
Es decir, solo deberíamos
consumirlos esporádicamente y,
en ningún caso, introducirlos en
nuestra dieta diaria.

P.- Bueno, al menos no nos
priva usted de darnos algún
gusto de tanto en tanto…

R.- Es que, y se lo vuelvo a repetir,
comer ha de constituir una actividad
placentera, y salvo en
diagnósticos particularmente graves
o extremos, en los que se impone
observar normas mucho
más restrictivas, todos hemos de
tener la oportunidad de disfrutar,
aunque sea en una frecuencia limitada,
de aquellos platos que
enervan nuestro paladar, por así
decirlo. Anadie se le debe privar
de su tarta de aniversario, ¿entiende
por dónde voy?

P.- Creo que sí, a pesar de que
estos excesos, aunque hayan
sido un acontecimiento aislado,
siempre tienden a desequilibrar,
mucho o poco, nuestro
peso…

R.- Por eso, precisamente, hemos
de aprender a compensar estas
ingestas extraordinarias con
otros consumos más frugales. Si
usted, por ejemplo, está invitado
a una cena y es consciente que se
servirán platos calóricos, procure,
al mediodía, que el almuerzo sea
muy ligero. O incluso vaya a caminar
por la tarde para quemar
grasa. Ahora bien, por la noche,
acuda a esa cena y disfrute de la
comida opípara que tendrá a su
disposición.

P.- No me interprete mal, pero
¿qué le parece si seguimos con la
exposición sobre el triángulo?

R.- Imagino que se refiere al
triángulo alimentario, claro. Bien,
pues si en la punta se sitúan este
tipo de productos que he mencionado
como de consumo ocasional,
en el centro, ocupando un espacio
mucho más relevante en
nuestra alimentación, se hallan las
frutas y las verduras. Ni unas ni
otras deben faltar jamás en el
menú diario, que debe contener,
como mínimo, tres piezas de fruta
y dos raciones de verdura, una
de las cuales, preferentemente,
debe servirse cruda para impedir
las pérdidas nutricionales que
entraña la cocción. Y, finalmente,
en la base o escalafón más bajo del
triángulo, se hallan los alimentos
con mayor contenido de proteínas:
carne, pescado, legumbres
y productos lácteos. Mi recomendación
es priorizar, especialmente,
el pescado y las legumbres
frente a la carne.

P.- ¿Qué otros consejos le gustaría
transmitir a las personas
que hayan decidido apostar
por una alimentación más
saludable para perder peso y
ganar calidad de vida?

R.- Ahora lo ha dicho bien: calidad
de vida. Esa es la palabra clave.
Pues bien, además de todas las
cuestiones que ya hemos comentado,
hay otros dos mensajes determinantes.
El primero es que se
pongan en manos de especialistas
para que les brinden el oportuno
consejo profesional. La nutrición
no es un juego de niños que podamos
dejar a la improvisación o al
azar, ya que una incorrecta selección
de los alimentos puede conllevar
efectos verdaderamente contraproducentes
para nuestra salud.
El segundo mensaje es que se huya
de las prisas. Cuando se trata de
mejorar nuestra alimentación y
nuestros hábitos en la mesa jamás
hay que precipitarse ni ir a contrarreloj.
Es cierto que algunos de estas
dietas que se autoproclaman
como milagrosas pueden lograr
que perdamos un sustancial número
de kilos en un tiempo limitado,
pero en un plazo todavía más corto volveremos a ganarlos, y además
habremos puesto en riesgo el
equilibrio de nuestro organismo
y, por tanto, nuestra salud.

P.- De todas maneras, algunas
de estas dietas gozan de cierto
predicamento entre la población
porque, a través del boca
a boca, se ha generado la idea
de que resultan efectivos. Por
ejemplo, la dieta por puntos.

R.- Conozco esa dieta. Su filosofía
consiste en comer los alimentos
que más nos apetezcan, sin ninguna
selección previa, siempre que
no se supere un determinado número
de puntos. Hasta ahí muy
bien. Pero, ¿qué ocurre si una persona,
muy aficionada al chocolate,
decide que se alimentará básicamente
de este producto, procurando
no sobrepasar los puntos asignados?
¿Adelgazará? Tal vez sí. ¿Se
desnutrirá? Eso lo puede dar por
seguro, porque su cuerpo no recibirá
los nutrientes que necesita y que
se hallan en otros alimentos.

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“El desayuno es la comida más
importante del día”

P.- Yo soy su cliente y usted mi nutricionista.
Y voy y le digo: no puedo seguir una
alimentación equilibrada porque me veo
obligado a comer cada día en restaurantes.
¿Qué me contestaría?

R.- Pues les respondería que, hoy en día, la mayoría
de restaurantes, incluso los de menú, cuentan
con una carta variada y diversa que nos permite
escoger los platos siguiendo criterios inteligentes
y sensatos. Por ejemplo, si comemos
pasta de primero, no optemos luego por una carne
rebozada. Y, por supuesto, en todos los menús,
siempre hay algún plato con verdura y un postre
con fruta.

P.- ¿Es malo para la salud prescindir absolutamente
de la carne, como hacen los vegetarianos?

R.- No necesariamente, ya que existen alimentos
que nos aportan las proteínas y el hierro que
contiene la carne.

P.- ¿Es mejor que la cena sea frugal y el almuerzo
más copioso?

R.- Teniendo en cuenta que la cena es la última
comida del día y que, presumiblemente, no
realizaremos demasiada actividad física con posterioridad,
es lógico que resulte más ligera. Ahora
bien, tampoco es cuestión de cargar toda la
ingesta de la jornada en el almuerzo. De hecho,
ninguna comida debería ser especialmente copiosa.
Más bien, mi recomendación es realizar un
mayor número de ingestas durante el día, pero
más limitadas, prestando mucha atención al desayuno
de la mañana e incluyendo una toma a
media tarde que puede consistir en una pieza
de fruta o una bebida láctea.

P.- Ya que habla del desayuno, los nutricionistas
lo están reivindicando como la comida
esencial del día…

R.- Y yo me cuento entre estos nutricionistas,
porque, no en vano, es la principal ingesta de la
jornada. El desayuno nos proporcionará la energía
y las calorías que necesitaremos para la actividad
diaria que hemos de desarrollar. Resulta
increíble que durante muchos años hayamos despreciado
al desayuno, como si se tratara de una
comida menor, y que un gran número de generaciones,
entre ellas la nuestra, hayamos sido educados
bajo esas pautas.

P.- O sea, que usted sería partidaria del desayuno
inglés: mucha comida para empezar
el día.

R.- Tanto como el desayuno inglés, no, dado que
contiene un gran número de grasas saturadas.
¿Para qué copiar las fórmulas ajenas, si en nuestro
entorno tenemos la mejor, que no es otra que la dieta
mediterránea? Si sirve como aclaración, le diré
que un desayuno equilibrado debe contener un
producto lácteo, acompañado de cereales y galletas
y una pieza de fruta. Nada que ver con el bacon
y los huevos revueltos, ¿no le parece?

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