Dolor abdominal, hinchazón, diarrea, náuseas, flatulencias, sensación de plenitud… son algunos de los síntomas de padecer intolerancia a la lactosa.
Una de cada tres personas padece intolerancia, en mayor o menor medida, a la lactosa, pero muchos de los afectados no lo saben. Estudios apuntan a que la cifra de población afectada se dispara hasta el 70% a nivel mundial.
La intolerancia a la lactosa es la incapacidad para digerir bien el azúcar natural presente en la leche de todos los mamíferos y también presente en los alimentos procesados. “La lactosa está formada por la unión de una molécula de galactosa y otra de glucosa. Para que la lactosa pueda ser absorbida es necesario romper los dos anillos, es decir las moléculas más sencillas.
Para ello es necesaria una enzima llamada lactasa que habita en el intestino delgado y se encarga de absorber correctamente la lactosa. Las molestias aparecen cuando se consume una cantidad de azúcar mayor a la que se tolera, la cual no se metaboliza por la carencia de lactasa y alcanza el colon, generando sustancias de desecho que provocan: dolores abdominal, diarrea, náusea, flatulencias, entre otros” explica Laura García, Responsable del Laboratorio de Hospital Juaneda Miramar.
Prueba de hidrógeno
La prueba de hidrógeno es la prueba más utilizada y la más fiable para diagnosticar la malabsorción de la lactosa.
Consiste en soplar en diferentes tubos para adquirir la muestra basal. Tal y como explica Laura García: “Se pide al paciente que se presente en ayunas a la prueba. Este, debe beber una dosis estándar de lactosa disuelta en agua. La prueba dura 175 minutos (casi tres horas). Se van midiendo los niveles de hidrógeno en el aliento cada 25 minutos en los tubos en los que se toma una muestra de aire aspirado”.
La intolerancia a la lactosa puede ser el resultante de causas muy diferentes: hipolactasia primaria, hipolactasia secundaria y alactasia congénita. Esta última, aclara Laura García es poco frecuente y ocurre cuándo se produce un déficit total de lactasa debido a un desorden genético. En palabras de García: “la hipolactasia primaria y secundaria son las más comunes. En la mayoría de las personas se producen una disminución de los niveles de lactasa tras el destete, es como si de forma natural solo estuviéramos programados para ingerir leche cuando somos un bebé. A partir de entonces, se produce una pérdida progresiva de la producción de la lactasa, y por tanto una pérdida gradual de la capacidad de digerir la lactosa. Tiene una causa genética. Las personas con esta intolerancia van notando como la ingesta de leche les causa cada vez más síntomas.
Más del 70% de la población mundial y cerca del 50% de la española padece malabsorción de lactosa. Hablamos de la hipolactasia primaria de la que no existe curación posible porque el individuo no recupera la el enzima y los síntomas sólo se alivian con la suspensión de los productos lácteos en la dieta. Es muy común en los adultos, quienes en su mayoría al llegar a los 20 años de edad muestran algún grado de intolerancia a la lactosa. Hablamos de hipolactasia secundaria cuándo es transistoria. Es decir, el déficit de lactasa es temporal y se produce, principalmente, por la ingesta de medicamentos que dañan las mucosas digestivas”.
Ante la sospecha de ser intolerante a la lactosa se recomienda acudir a un especialista el que realizará las correspondientes pruebas diagnósticas.
Una de la más frecuentes es la que se realiza en el laboratorio de Hospital Juaneda Miramar: el test de aliento de aire aspirado. En tan sólo 12 días el paciente conocerá si es o no intolerante a la lactosa.