Él ha construido un rastro a lo largo de su trayectoria profesional jalonado con mojones de ejemplaridad.
Como dice Murray “todo cuanto puedas hacer o sueñes que puedes, empiézalo. La audacia entraña genio, poder y magia”. Nadal es un tratado de psicología positiva.
Autenticidad, prudencia, comprensión empática, credibilidad, humildad, habilidades de gratitud, predisposición positiva, flexibilidad psicológica, alto gradiente de responsabilidad, de compromiso ético y una alta resiliencia.
Esos son sus valores y el actúa congruentemente con ellos. Esto le facilita la aceptación realista y la adaptabilidad a los diferentes contextos, como en el partido disputado por la medalla de bronce contra el “prostático “japonés. Nadal se ha construido un potente cash cognitivo y afectivo. Como contra punto ahí tenemos a nuestros pseudolideres sociales cuyas palabras confunden más que aclaran.
En esa tarea difícil de ser humanos, que ocupa toda nuestra biografía, él nos ha mostrado como se puede tener compasión por uno mismo y los demás. Él se ha ido graduando progresivamente y ahora es honoris causa del claustro de la Universidad de la Vida, la auténtica universidad, donde la realidad siempre es un buen negocio y donde se construye el verdadero púlpito y cátedra personal desde donde se practica la pedagogía real y fértil.
Nadal es un consumidor de la realidad. No solo ha crecido sino que ha progresado. Hemos visto cómo reacciona ante las grandes victorias y cómo afronta sus grandes derrotas donde da muestras de una sana auto aceptación. Nadal saca sobresalientes en el reto de ser normal. Ve la adversidad no como obstáculo sino como un reto, que le permite atreverse a pensar lo imposible y marcarse el desafío de intentarlo.
Talento, mucho trabajo, dedicación, perseverancia, voluntad y entusiasmo, esos son los ingredientes nadalianos. Si observamos sus reacciones emocionales y conductuales ante los éxitos y ante las adversidades es relevante su capacidad autoexpresiva (ser quien eres), donde surge espontáneamente y auténticamente el “yo nadaliano”. Dicen que “algo tendrá el agua cuando la bendicen”, bien pues algo habrá hecho el tenista cuando goza de la admiración y del respeto de todos.
Un “estigma nadaliano” es su vinculación con su actividad profesional que se caracterizan por el vigor, la dedicación, la motivación, la concentración, la predisposición a invertir en esfuerzos, la persistencia y de autorrealización.
Es así como se plantea sus objetivos y sus desafíos. Compite a tope, sabiendo ganar y perder. Es por eso por lo que sus contrincantes le respetan y lo admiran.
Nadal muestra, cuando pierde o deja de jugar por sus lesiones, esas condiciones inherentes a la condición humana en cuanto la vulnerabilidad, la falibilidad, la imperfección que forman parte del entramado de la vida.
Su humildad le facilita luchar contra la auto exigencia y autocritica toxicas así como admitir que no podemos controlar todo y que en cada momento hacemos solo lo que podemos.
Eso facilita darnos permiso para ser normales y corrientes, como se siente y se muestra el. Por eso también lo respetamos más. Por otra parte Nadal es Nadal y sus circunstancias, es decir su contexto interpersonal y su solidez vincular, donde destaca el papel de su tío.
Quizás Scott Peck pensaba en Nadal cuando dijo aquello de “la ausencia de miedo no es coraje. El coraje es la capacidad de seguir adelante a pesar del miedo y del dolor”.
Para acabar estas reflexiones quiero compartir con ustedes esta reflexión de Dubus que asocio a la pedagogía nadaliana, “Recibimos y perdemos, y debemos tratar de alcanzar la gratitud; y con esa gratitud, abrazar con todo el corazón lo que quede de la vida después de las perdidas”.
Nuestra memoria y nuestro agradecimiento. Ah y recuerden aun, aquí y ahora que estamos en derrota transitoria pero nunca en doma.