Como decía, el pasado jueves –no sea que a alguien se le olvide que ando en esa transición intelectual a lo Jorge Javier Vázquez- me premiaban por segunda vez con el premio que me habían concedido un par de meses antes. Primero te premian anunciándolo, como para que te enteres de qué va la cosa, y después te premian otorgándotelo, para que ya no tengas escapatoria posible. No he podido resistirme a la tentación de hacerme el interesante como Dylan, debo reconocerlo. No me ha quedado más remedio de que me lo dieran plácidamente, que es como se dan las gracias o, sobre todo, como se debe pedir perdón.
No es fácil recibir un premio cuando ya te lo han dado. NO es fácil mencionarlo cuando el personaje al que va dedicado es capaz de prestigiarte sin que apenas se haya leído ni una sola letra de ese premio. Te dan el premio Camilo José Cela y ya está todo dicho sin necesidad de que nadie tenga la necesidad de leerte, lo que encaja a la perfección con que nada de los que leerían al premiado hubieran leído nada del premiante.
Hay veces que ocurre que el premio prestigia a la persona la que se lo dan, como en este caso, pero otras veces el premiado sirve para prestigiar el premio. Digamos de una vez que el Nobel, por ejemplo, no merece a Dylan, y todo aunque Dylan tampoco se merezca a sí mismo.
Se lo dije una vez a Calafat en directo en su programa de radio: que te premien es una horterada sólo superada por otra mayor, la de presentarse a un premio. Es como ser rico por obra y gracia de la Primitiva o serlo por la distinción heráldica de la tradición monetaria.
Que te premien no por crear sino por recrear lo que el resto creó es sin duda alguna un signo de deterioro, un síntoma de que nuestra especie va en franca decadencia. Ese es el límite al que accedemos los que no somos capaces de crear algo en condiciones que pueda ser merecedor de un premio. Cualquier paloma, con sus deyecciones milenarias, puede destruir la Venus de Milo, pero ninguna de todas ellas sería capaz de recrear alguno de sus antebrazos. Yo metido a paloma.
Sabemos que la literatura es una aleación entre el tiempo y la muerte, por eso sabemos que amar lo que se escribe es amar lo que otros piensan, es amar en el diálogo el respeto que existe en ese espacio que queda entre quién dice y quién escucha. Por eso el premio, este premio, ha sido una forma de premiar a los que simplemente quieran saber y conocer como Cela destila la muerte y la mente a lo largo de su obra, un viaje para vivir y entender, una ida con regreso desde donde no se vuelve sin alguna pregunta sin respuesta.
Gracias a tod@s los que lo han hecho posible.