Pero lo cierto es que en algún momento de la evolución humana algo se debió torcer, porque resulta que nuestro concepto de la ‘buena mesa’ normalmente no se compagina con el concepto de ‘mesa saludable’ que a los médicos les gustaría para evitar problemas.
Es decir, que se cumple el viejo dicho de que “todo lo bueno es pecado o engorda” y no nos apetece, a la mayoría, celebrar la Navidad comiendo lechuga al horno con pescado en blanco y bebiendo té o zumo de naranja. No; la ‘buena mesa’ suele ir por otro lado.
Consecuencias de esa buena mesa son los empachos, el regreso de los michelines y las curvas, las indigestiones y, entre otros daños colaterales, el aumento del colesterol ‘malo’ en la sangre y todos los riesgos que ello conlleva, en forma enfermedades cardiovasculares.
No es probable que un plato más o menos de cochinillo al horno estas Navidades solucione para siempre o agrave hasta el extremo una aterosclerosis cuidadosamente formada a través de años mal comer y peor vivir. Pero tal vez sea el momento de pensar. El colesterol es lípido que se encuentra en los tejidos corporales y en el plasma sanguíneo.
Se presenta en altas concentraciones en el hígado, médula espinal, páncreas y cerebro. Abunda en las grasas de origen animal. Su presencia en el sistema es necesaria.
El colesterol es imprescindible para la vida animal por sus numerosas funciones: es un componente muy importante de las membranas plasmáticas de los animales. Como precursor de la vitamina D el colesterol es esencial en el metabolismo del calcio.
Es precursor de las hormonas sexuales; de las hormonas corticoesteroidales: cortisol y aldosterona; de las sales biliares, esenciales en la absorción de nutrientes lipídicos y vía principal para la excreción de colesterol corporal. Es precursor de las balsas de lípidos.
La concentración actualmente aceptada como normal de colesterol en el plasma sanguíneo (colesterolemia) de individuos sanos es de 150 a 200 mg/dL. Cuando esta concentración aumenta se habla de hipercolesterolemia. Hay que distinguir colesterol «bueno» y «malo».
Colesterol “malo”
Actualmente se reconoce ampliamente el papel causal del colesterol presente en las lipoproteínas de baja densidad (LDL) en la patogenia de la arteriosclerosis, es decir, la existencia sostenida de niveles elevados de colesterol LDL, conocido como «colesterol malo».
El colesterol LDL por encima de los valores recomendados, incrementa el riesgo de sufrir eventos cardiovasculares (principalmente infarto de miocardio agudo) hasta diez años después de su determinación, tal como lo demostró el estudio de Framingham iniciado en 1948.
El colesterol presente en las lipoproteínas de alta densidad (HDL) ejercería un rol protector del sistema cardiovascular, que por ello se conoce como «colesterol bueno». Así, el colesterol tiene un impacto dual y complejo sobre la fisiopatología de la arteriosclerosis.
La estimación del riesgo cardiovascular basado sólo en los niveles totales de colesterol plasmático es claramente insuficiente.
Se han definido clínicamente que los niveles de colesterol plasmático total (la suma del colesterol en todas las clases de lipoproteínas).
En base a ese resultado la Sociedad Norteamericana de Cardiología (AHA) califica Colesterolemia por debajo de 200 mg/dL (miligramos por decilitros): es la concentración deseable para la población general, correlaciona con un bajo riesgo de enfermedad cardiovascular.
Colesterolemia entre 200 y 239 mg/dL: existe un riesgo intermedio en la población general, pero es elevado en personas con otros factores de riesgo como la diabetes mellitus.
Colesterolemia mayor de 240 mg/dL: puede determinar un alto riesgo cardiovascular.
En ese último caso se recomienda iniciar un cambio en el estilo de vida, sobre todo en lo concerniente a la dieta y al ejercicio físico. En sentido estricto, el nivel deseable de colesterol LDL debe definirse clínicamente para cada sujeto en función de su riesgo cardiovascular.
Ese riesgo cardiovascular viene determinado por la presencia de diversos factores de riesgo, entre los que destacan: La edad y el sexo, Los antecedentes familiares, el tabaquismo, la presencia de hipertensión arterial y el nivel de colesterol HDL en el organismo del paciente.
Son personas con riesgo cardiovascular alto, es decir, aquellas con una probabilidad de más de un 20% de sufrir un evento cardiovascular mayor o letal en un periodo de 10 años, pacientes diabéticos o que previamente hayan tenido uno de estos eventos.
Para éstos, la recomendación es de un nivel de colesterol LDL menor a 100 mg/dL.
Incluso en pacientes de muy alto riesgo se recomienda un colesterol LDL igual o menor a 70. En España la máxima concentración recomendada es más elevada que la internacional.
Cuestión de riesgo
La Sociedad Española de Arteriosclerosis se basa en esta mayor medida en que el riesgo cardiovascular en España es más bajo. Así se considera por debajo de 200 mg/dL: bajo riesgo. Entre 200 y 300 mg/dL: riesgo intermedio. Colesterol mayor de 300 mg/dL: alto riesgo.
El 50-69% de los españoles adultos tiene los valores de colesterol por encima de 200 mg/dl, y el 20% tiene cifras por encima de 250 mg/dl, muy por encima de lo recomendado. El colesterol está considerado como uno de los principales factores de riesgo cardiovascular.
El doctor Ángel Díaz Rodríguez, Coordinador de Lípidos de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN), explica que “se aproxima una epidemia importante si no cambiamos. El 20% de escolares tiene el colesterol por encima de 200 mg/dl”.
El doctor Juan Pedro-Botet Montoya, presidente de Sociedad Española de Arteriosclerosis (SEA) alerta de que en España hay una alta tasa de pacientes tratados, pero el grado de control es muy bajo. Uno de cada tres pacientes consigue las cifras de colesterol recomendadas.
Se trata de una situación comprometida que empeora en los pacientes de alto riesgo cardiovascular en los que sólo uno de cada seis alcanza lo recomendado, añade el especialista, alertando de la situación epidemiológica a la que se enfrentan los enfermos.
Para hacer frente a estos datos, tanto SEA como SEMERGEN ponen al servicio de la comunidad médica el documento de consenso sobre el Abordaje Común del Paciente Dislipémico, a través del que pretenden modificar algunas conductas y actitudes profesionales.
Díaz Rodríguez apunta que “el consenso propone un abordaje integral de la dislipemia, tratando como objetivo primario el colesterol LDL, estableciendo los niveles más bajos que sean posibles. Una vez controlados esos valores, reducir el riesgo cardiovascular residual.
Es decir, asociar fármacos para lograr que los pacientes que registren el HDL disminuido y los triglicéridos elevados normalicen también estos parámetros. El Documento da además pautas a la continuidad asistencial entre primaria y hospital.
Los pacientes en prevención primaria son personas que, aunque agregan factores de riesgo, todavía no han desarrollado una enfermedad cardiovascular.
Los que se encuentran en prevención secundaria son los que ya sufren estas complicaciones y deben controlarlas.
El colesterol –tal como informan los profesionales farmacéuticos a través de la página de la Organización Farmacéutica Colegial, es un tipo de grasa que circula por la sangre y que interviene en muchos procesos del organismo, como la síntesis de hormonas.
Además, es necesario para la digestión de las grasas e interviene en la formación de la bilis. También forma parte de las membranas celulares.
Unos niveles altos en la sangre son factor de riesgo en enfermedades cardio-vasculares, como la embolia, la trombosis, etc.
El colesterol que existe en nuestro cuerpo es el resultado, por una parte, del colesterol producido por el propio organismo y por otra, del que llega a través de la alimentación, fundamentalmente de los productos de origen animal, recuerdan estos expertos.
Para ser transportado por la sangre, el colesterol utiliza unas partículas lipoproteínas.
Existen varios tipos de estas partículas especiales. Unas se conocen como LDL-colesterol, popularmente conocido como «colesterol malo», tal como ya se ha indicado antes.
El LDL es ‘malo’ porque es el que tiende a depositarse en las paredes de los vasos sanguíneos.
Esta forma de colesterol tiende a aumentar cuando se come mucha grasa de origen animal, quesos grasos, o embutidos. Por otro lado está el HDL que actúa contrariamente.
El HDL o “colesterol bueno” favorece la movilización del colesterol sanguíneo. Sus niveles aumentan con el ejercicio físico, dieta rica en fibra y baja en grasa animal. La hipercolesterolemia puede tener importantes consecuencias para la salud, predisponiendo enfermedades.
Patologías
Por ejemplo y junto con otros factores, a infartos de miocardio, accidentes cerebrovasculares, etc. Por ello, es importante controlar periódicamente las cifras de colesterol en sangre, algo relativamente sencillo y puede incluso realizarse en la oficina de farmacia.
En cualquier caso, sólo el médico debe diagnosticar y establecer, en su caso, un tratamiento corrector de la hipercolesterolemia.
Independientemente de niveles de colesterol y de la necesidad de un tratamiento farmacológico, es muy recomendable seguir unos consejos: Controlar el peso y practicar regularmente ejercicio físico de forma moderada. Además es aconsejable moderar también el consumo de alcohol, suprimir el tabaco, y favorecer el consumo de alimentos ricos en calcio, potasio y fibra, recuerdan los farmacéuticos.
Las personas que sufren hipercolesterolemia deben realizar un tratamiento dietético para reducir el nivel de colesterol LDL, aumentar su actividad física y eliminar los factores de riesgo que puedan favorecer el desarrollo de patologías asociadas, explican los expertos.
El tratamiento farmacológico se reserva para los pacientes que tienen un riesgo de enfermedades cardiovasculares (por tener ‘atascadas’ las arterias) formas graves de hipercolesterolemia, dislipemias secundarias graves o que no han respondido al tratamiento dietético.
El objetivo del tratamiento dietético es diseñar una dieta individualizada. Una vez identificados los alimentos con alto contenido en grasas saturadas y colesterol que ingiere habitualmente el enfermo, se evalúan otros factores de riesgo de hipercolesterolemia.
Las calorías procedentes de las grasas no deben superar el 30% y aproximadamente el 10% vengan de grasas saturadas, otro 10% y un 10% de las monoinsaturadas. De cualquier modo la ingesta de colesterol debe ser inferior a 300 mg diarios.
Ácidos grasos saturados o grasas saturadas, ingesta elevada de colesterol y desequilibrio entre el consumo de calorías y el gasto energético influyen especialmente en el aumento de colesterol, factores que deben ser corregidos por el tratamiento dietético.
La dieta debe ser pobre en grasas saturadas y colesterol, rica en ácidos grasos monoinsaturados, fibra vegetal e hidratos de carbono. Generalmente se reduce en un 30% la ingesta de grasas, sustituyendo las saturadas por insaturadas, explican los especialistas.
Los fármacos más utilizados para reducir la concentración de colesterol en sangre son las resinas, el ácido nicotínico y las estatinas. Asimismo, pueden utilizarse derivados del ácido líbrico, probucol o la terapia hormonal sustitutiva con estrógenos.